El pasado martes se cumplieron 594 años de la muerte de Benedicto XIII, el Papa Luna. Inmerso en el conflicto fratricida entre el papado romano y el de Aviñón formó parte del Cisma de Occidente. Aislado, sin respaldo del poder civil, excomulgado, declarado hereje y antipapa, murió el 23 de mayo de 1423 a los 94 años, no sin antes dividir a la Iglesia católica en gran parte por su terquedad. Una obstinación que acabó exasperando a un rey, a un emperador y a un santo, inspirando la popular expresión «mantenerse en sus trece».

LA SALOMÓNICA decisión por la que se optó para acabar con el Cisma, pasaba por apartar del papado a todos los que decían ostentarlo, y buscar otro hombre (Martín V) con el que acabar con los bandos que dividían la Iglesia. El Papa Luna exhibió una terquedad tal (cabezón como buen aragonés) en mantenerse firme en la defensa de su legitimidad como Papa, que sacó de sus casillas a su propio rey, Fernando I de Aragón, al emperador germano Segismundo y a Vicente Ferrer, canonizado santo nada mas morir. Vista la obcecación del Papa Luna, optaron por no hacerle caso mientras éste se atrincheraba en el castillo de Peñíscola repitiendo obstinadamente a los cuatro vientos «Papa sum et XIII».

Lejos de anteponer el bien común al propio, el Papa Luna pecó de lo que se conoce como Síndrome de la Insistencia Errónea, que no es otra cosa que insistir en la dirección equivocada lo que, evidentemente, conduce no solo a no avanzar, sino incluso a retroceder, perseverando en seguir una idea sin tomar en consideración las señales que nos indican que vamos por mal camino. Y es que, como dice un proverbio cantonés, cuando soplan aires de cambio, unos construyen murallas (o castillos), y otros, molinos de viento.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)