Aveces las situaciones límite nos incitan a pensar sobre los sucesos ocurridos y las consecuencias derivadas. Una de las cosas que la actual pandemia puede aportarnos es la reflexión sobre los comportamientos observados, entre ellos la responsabilidad. Algunos presumen de contar con una patente de corso (no en el sentido histórico) mediante la cual uno se atribuye el derecho a hacer o decir lo que le viene en gana, sin pensar que el peligro se cierne como una espada de Damocles en una crin de caballo. Conozco familias en las que uno de los miembro ha puesto en vilo la salud de sus allegados. Insensatez y egoísmo. Este año nos ha llenado de tristeza y de muerte, aunque ahora tenemos la esperanza de la vacuna.

Decía Bécquer aquello de «¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!» Pero, sin duda, es más dolorosa la soledad de los moribundos que ven venir la muerte y, tal vez, como ha ocurrido con la presente pandemia, en ausencia de los seres queridos; pese a que ya sabemos que la muerte es un espejo de la vida: vivimos de forma solitaria, en cierto modo, y morimos en soledad, aunque nos reconforta la compañía. Por eso, pues, para quienes transgreden las medidas de prudencia recae una tremenda responsabilidad. ¿Qué es una noche de diversión sin precauciones frente a la muerte o el sufrimiento del moribundo? «Lo que crea problemas al hombre no es la muerte, sino saber de la muerte», decía el sociólogo Norbert Elias , y no tener de quién despedirse, añadimos; ahora se muere con mayor asepsia, pero con menos calor humano. Esto es lo que debería mover la reflexión de los numerosos infractores cuya irresponsabilidad provoca, muchas veces, ese dolor. H

*Profesor