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El levantamiento del régimen de sanciones a Irán consagra la rehabilitación del régimen de los ayatolás ante la comunidad internacional, permite que participe en las futuras iniciativas políticas encaminadas a detener la matanza en Siria, pero agrava los recelos de Arabia Saudí en la llamada guerra fría del Golfo, cada día más caliente, y solivianta al Gobierno de Israel, adversario acérrimo de la república islámica. Desde que el grupo 5+1 (las potencias que integran el Consejo de Seguridad y Alemania) y la UE firmó el pasado julio en Viena un documento por el que Irán aceptó cancelar su programa nuclear militar, la normalización de relaciones económicas del país con el resto del mundo dependía del informe favorable del Organismo Internacional de la Energía Atómica, fiscalizador del cumplimiento por Teherán de los acuerdos adoptados. Cubierto este trámite o requisito, se abre una etapa en la que el pragmatismo del presidente Rohani deberá pasar la prueba de las presiones de los guardianes de las esencias y de la ambigüedad calculada del líder espiritual Jamenei, árbitro supremo en cualquier litigio. La liberación en Irán de cuatro presos con doble nacionalidad irano-estadounidense, incluido el corresponsal de The Washington Post, a cambio de igual medida en EEUU con siete ciudadanos iranís, es solo una señal de buenas intenciones que no atenúa el disgusto de los republicanos. Pero la Casa Blanca de Obama entiende que sin comprometer a Irán en la búsqueda de una salida al laberinto sirio, no hay solución política que valga. Y esa convicción alcanza también a la necesidad de serenar los espíritus en Irak, zarandeado por el acoso del EI y por la rivalidad entre la mayoría chií y la minoría suní. Persisten las divergencias, como ha subrayado el presidente, pero pesan más las necesidades. Para la monarquía saudí, la rehabilitación iraní es una mala noticia porque su contrincante en la disputa por la hegemonía en la región del Golfo deja de ser una nación bajo vigilancia. Pasa a ser, por el contrario, la potencia que modifica el sistema de pesas y medidas en vigor desde la caída del sah (1979), tan del gusto del palacio real de Riad y por razones diferentes, de los gobiernos que se han sucedido en Israel desde entonces, habituados a considerar a Irán la mayor amenaza del vecindario, el enemigo con el que nunca se debía pactar.