Deviene innegable que la figura del vila-realense Joan Soler i Usó permanecerá indisociable para la historia a su memorable actuación durante el 23-F, aunque muchos se hayan enterado ahora, con motivo de su triste fallecimiento, sobre todo los profesionales más jóvenes o los alumnos del grado de periodismo. Pero ese mantra, motivo de orgullo para cualquiera, ya le empezaba a cansar. Además de que no le gustaba que se omitiera a Xavier Manzanet y Gonzalo Juan como coprotagonistas de la heroicidad, en no pocas entrevistas rebajaba su gesta con un modesto «es lo que había que hacer».

Pero si algo molestaba a Soler es el ejercicio de hipocresía que durante años acompañó a no pocas voces ilustres que se apuntaban sin vergüenza al rebufo democrático mientras aquella fatídica noche se habían apresurado a cumplir, con más fervor que miedo, las directrices del bando golpista de Milans. Por eso, con ocasión del 25 aniversario del 23-F, y en una mesa redonda en la Universitat Jaume I, prefirió marcharse antes que maquillar con su presencia a sus compañeros de tertulia. Eso sí, sin aspavientos ni alharacas. Porque a pesar de su fuerte carácter, y algún taco con el que adornaba su discurso, pausado pero contundente, Soler fue siempre cortés y muy exquisito en el trato.

Su compañerismo

Sin embargo, cuando se trataba de defender a un compañero, era capaz de plantar cara a todo el mundo. Lo hizo con el obispo auxiliar de Valencia, Rafael Sanus, se supone que guiado por el cardenal Garcia Gasco, quien le conminó a despedir a los tertulianos Ferran Torrent, Pérez Benlloch y Vicent Zaragoza; a lo que Soler se negó en redondo abogando por la independencia de su cargo. O aquel otro empresario que no aceptaba la crítica al equipo que patrocinaba, y al que Soler le respondió sin acritud pero con fuerza que se dedicara a hacer taulellets, «que es lo que sabes hacer», con su sorna característica, para añadir que para dirigir la emisora y sus redactores él se bastaba. O cuando tenía que enfrentarse al gobernador civil, otrora factótum en la provincia y a la sazón Pablo Martín Caballero, para sacar de los calabozos a Xavier Manzanet por aquellas invectivas en las que reclamaba el desvío de la N-340, que por entonces partía en dos Vila-real y tantos pueblos, con no pocas víctimas en accidentes de tráfico. Manzanet puede considerarse el alter ego de Soler en los micrófonos de Radio Popular y merecedor de un mayor reconocimiento.

Tampoco ha pasado desapercibida esa faceta modelando periodistas a su imagen, citándose para ello a los muchos y buenos profesionales que ha tenido a su cargo. Sin pretenciosidad alguna ni ánimo de protagonismo, me permito traer a colación una anécdota personal que resume esa capacidad docente de Joan Soler.

Siendo corresponsal me tocó informar de un partido amistoso en el que el CD Almazora había ganado al Villarreal CF, equipo del que el director de Cope era algo más que mero seguidor, tanto que, incluso enfermo y sin poder salir de casa, renovó hasta el último día su abono de tribuna, luciendo con orgullo su carnet con el número 5. Dado lo espinosa de aquella derrota que yo debía comentar, el presentador de aquel irrepetible Gran Deportivo, Julio Insa, me recomendó que antes de emitirla en antena se la hiciera saber al jefe. Con no pocos nervios acudí a su despacho con dos folios escritos de puño y letra, uno con la ficha técnica y otro con mi comentario. Soler sujetó uno en cada mano y me preguntó qué contenía cada uno, para, acto seguido, estrujar entre sus dedos el que recogía la crónica. «Y porque me sabe mal hacerte aprender de memoria las alineaciones», me espetó, para añadir con tono didáctico que le contara al oyente el desarrollo del partido, que no se lo leyera. Me pareció, y me lo sigue pareciendo, una lección tan sencilla como brutal. «En la radio hay que conectar con el receptor de tu mensaje como si estuvieras comentando el partido en la barra del bar», y la lectura de aquel texto, por bien entonado que fuera, nunca podría sustituir al diálogo y el grado de proximidad con el otro que él nos exigía.

Nacionalista convencido

Autodidacta de la profesión, pero tremendamente cultivado, Soler fue un nacionalista de pro, en tanto que era un acérrimo defensor del idioma y del territorio. Por eso llamó a capítulo a Fernando Abril Martorell y Emilio Attard Alonso, recriminándoles que siendo valencianos no habían sabido defender la nacionalidad histórica que nos hubiera permitido acceder a la autonomía por la vía rápida a través del artículo 151. Aún más, Soler les criticó que fuéramos la única Comunidad --odiaba esa nomenclatura, «más propia de una finca de pisos», argüía-- identificada con el nombre de una única capital, lo que provocaba el lógico rechazo de las restantes. Por eso Soler les propuso, sin éxito, que rebautizaran la autonomía como Mediterráneo para salvar las fobias hacia el absorbente cap i casal, y hasta en su día llegó a proponerme que registrara ese nombre antes de que nadie se lo apropiara. Valga este texto homenaje para reivindicar al único padre de la idea y su combativa idea del periodismo.

La columna pendiente

Ya convaleciente, recluido en su sillón pero ilusionado ante el reto que suponía la compra de Mediterráneo por el Grupo EPI --donde ha opinado durante 27 años, tanto de su Villarreal CF como de la actualidad política, ora local ora nacional--, todavía tuvo arrestos para pedirme que le dejara escribir un último artículo. «Me costará», me advirtió a medio camino entre su fina ironía y su marcada humildad, «y si no te gusta, lo tiras». Tal era la confianza que nos brindaba a quienes gozamos de su amistad, colegas en el buen yantar y la palabra, cómplices en el cigarro puro furtivo, ladrones de su compañía sin menoscabo del respetuoso recuerdo de Ana Soler, con la anuencia de su inseparable Ana Vilar y del imperecedero cariño a Lourdes, a sus nietos y a toda su familia, que tan orgullosa puede estar de su legado. Y nos ha dejado esperando su reflexión en voz alta. Como siempre habló.