El destino tenía preparado a Paco Ramos un gran toro para cambiar el sino de su carrera. También su vida. Y cuando estaba a punto de conseguirlo, cuando ya tocaba el cielo con la yema de los dedos, la espada pinchó tanta ilusión contenida a lo largo de dos décadas de sufrimiento y le cerraba, pinchazo tras pinchazo, clavo a clavo, una puerta grande que tenía ganada a ley. Se esfumaba así un triunfo gordo, lo que tanto había buscado, soñado y peleado. Era el día clave. Un toro de exquisito son, el mejor de la feria, una plaza de primera, la televisión como testigo y una feria de categoría. No se puede pedir más. Paco lo cuajó, demostró que es más que un torero de valor, capaz de roer un hueso duro, pero también de paladear el caviar, que además, hay que ser muy buen torero para eso. Que Paco Ramos puede batallar en cualquier frente está más que demostrado y lo corroboró con el toro de Miura, pero ayer se descubrió con un sobrero de El Parralejo como un torero de exquisiteces, con una muñeca que atesora el don del temple. Algunos de sus pasajes bien los podría haber firmado el mejor de los toreros.

El Miura

La tarde no empezó nada mal. Paco Ramos bajó los humos al torazo que salió como un rayo de toriles. El animal echó el freno y embistió andandito, como si de un ejemplar mexicano se tratara, pero sabiendo en todo momento lo que se dejaba detrás. Paco aguantó miradas y esa embestida despaciosa que uno nunca sabe bien si seguirá el engaño o se parará y elegirá la taleguilla. Hubo muletazos, de uno en uno, a cámara lenta, que fueron una auténtica maravilla. La lírica conjugada con la épica, o lo que es lo mismo, valor sereno para torear bien. Tanto esfuerzo mereció mayor premio, pero la espada dijo que nones. 

El segundo miura, muy mermado de fuerzas, fue devuelto a los corrales por inválido. En su lugar salió un sobrero de El Parralejo. El toro de la feria, el toro de su vida. Embistió con un temple exquisito, con son. Con un único defecto: salir abanto tras el muletazo, algo que limó Paco con una muleta poderosa. El ondense se puso a torear con profundidad, a la altura de un gran toro. Soberbios los derechazos y sentidos los naturales. Y cuando tenía las dos orejas en sus manos… empuñó la espada y todo se convirtió en un mal sueño. No fue un mal golpe de suerte, no. Todo hay que decirlo, Paco se tiró sin fe. O lo que es lo mismo, convencido de que lo iba a pinchar. Y lo pinchó.

Pero ahí queda su paso por el ciclo de València, que le deja un pie dentro de las Fallas. Y una fuerte reivindicación: Onda tiene torero, y se llama Paco Ramos.