Volvía Paco Ramos a Las Ventas de Madrid después de quince años, un regreso ganado a golpe de amor propio, de no dejarse ganar la pelea, de paciencia y, sobre todo, por sus éxitos recientes en Castellón y Valencia. Fue en el primero de los desafíos ganaderos programados para este mes de septiembre, con corridas de las denominadas duras, donde el diestro de Onda parece haber encontrado su sitio, la senda que le puede dar alas para remontar el vuelo de su ya dilatada carrera torera. 

Quedó ratificada esa condición de torero poderoso para tales afrentas y el gran parlamento del toreo que es Las Ventas, lo certificó. Ante dos toros serios y de compleja condición, se destapó como un torero de consagrado oficio y madurez, por lo que dejó un gran ambiente en Madrid, que le puede servir para abrirse el necesario paso en las ferias. 

Lució el torero un terno de estreno precioso, gris perla y plata. La ocasión lo merecía. En los tendidos, muchos aficionados de Onda y la provincia que no quisieron perderse el gran momento de su ídolo. Eso sí, el fuerte aguacero que cayó justamente cuando lidiaba Paco a su segundo toro, deslució en gran parte el festejo. 

Se mostró como un torero de mucho oficio y seguridad ante su primer toro, que abrió la tarde. El de Valdellán, de procedencia Santa Coloma, fue un toro que en terminología moderna se diría tecloso, por todas las teclas que tenía. Pero el de Onda lo entendió muy bien, le aplicó suavidad en el cite, siempre con la muleta retrasado para romper hacia adelante el muletazo y aprovechar la media embestida del graciliano. Paco Ramos fue poco a poco, con la solvencia del oficio bien aprendido, sacando lo que tenía el de Valdellán. Incluso al natural logró robarle muletazos a pesar de que se vencía descaradamente por ese pitón. Su tarjeta de visita a Las Ventas quince años después fue inmejorable, hasta que llegó la espada. Cuando empuñó el acero se le nubló toda esa clarividencia que había mostrado anteriormente y aparecieron de nuevo los fantasmas de Valencia. 

En su segundo toro, de Juan Luis Fraile, comenzó a caer en Madrid un fuerte aguacero que hizo que muchos aficionados se refugiaran en las andanadas e incluso algunos abandonaron los tendidos. Pero lo realmente deslucido estaba dentro del toro de Fraile, que fue manso, agarrado al piso, sin entrega alguna y siempre a la defensiva con la cara alta. El único que le vio cierta opción fue el propio torero, que salió con la montera calada y tragó lo suyo para robarle, con una pasmosa facilidad, algún pasaje sobre la diestra. Fue lo único, el toro echó el freno y dijo que nones. Pasó un calvario con la espada, su asignatura pendiente, pues el toro no dejaba pasar al torero y mucho menos meterle la mano. Fue silenciado en sus dos turnos el torero de Onda, que no debe guardar mal recuerdo.

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Tarde gris

La tarde tuvo la misma tonalidad que los grises de Santa Coloma. El mejor toro del conjunto fue uno de Valdellán con el que Damián Castaño toreó con naturalidad, encaje y mucho gusto, sobre todo al natural. Una faena de premio emborronada con la tizona, pero que de nuevo saltó las alarmas al encontrarnos con un torero que pide a gritos su sitio, como ya demostró hace escasos días en Bilbao. Luis Gerpe no tuvo toros, pero pudo verse la clase de torero que es.