Las multitudinarias manifestaciones de ayer en Madrid y Bilbao no han podido desvanecer la sensación de que la ruptura de la tregua de ETA ha ahondado la división política ante la ausencia del PP. A pesar de que los organizadores han hecho cuanto ha estado en su mano para que se convirtieran en actos unitarios, al final el clamor contra ETA no ha podido contar con el concurso de los conservadores, empeñados en no apartarse del guión escrito por ellos mismos.

El lendakari Ibarretxe ha accedido a rectificar sobre la marcha para obligar a Batasuna a condenar la violencia o ausentarse de la manifestación, y, al mismo tiempo, para franquear el paso a los renuentes populares vascos. El PSOE ha dejado que fueran los sindicatos y otras organizaciones cívicas las que llevaran la iniciativa en Madrid, sin otro propósito que acercar al PP a la marcha. Y los organizadores han aceptado cambiar el eslogan e incorporar la palabra libertad para que ello fuera una realidad.

Es imposible exigir más gestos y esfuerzos en pro de la unidad. Pero, a pesar de ello, todo ha sido en vano. Rajoy cometió ayer probablemente el error más grave desde que encabeza el PP. Nos consta su sinceridad cuando afirma que también él cree que los cálculos electorales deben estar ausentes de la lucha antiterrorista. Pero después de no acudir a la manifestación de ayer, pese al importantísimo gesto del cambio de lema, error al que parece que le precipitaron sus asesores y sus mentores mediáticos, ya casi nadie puede creerle.

Que Batasuna estuviera ausente de las calles de Bilbao en cuanto se cambió el eslogan --Por la paz y el diálogo. Exigimos a ETA el fin de la violencia-- formaba parte del guión. Que el PP no haya acudido a ambas citas es, además de lo dicho, una muy mala noticia para esta amplísima franja social que cree que cualquier camino legítimo que conduzca a la paz debe explorarse, siempre que en la operación queden a salvo la ley y la dignidad del Estado.

Con estos mimbres, el debate que mañana acogerá el Congreso parece destinado a reproducir la pelea de gallos a que el PP quiere reducirlo. Si Rajoy hubiese estado en la manifestación de Madrid, quizá cabría esperar de él las maneras de un líder conservador moderno, pero ahora esta posibilidad se ha esfumado. Contra lo que sería de desear, Gobierno y oposición acudirán al hemiciclo en orden disperso y, de tal situación --es absurdo engañarse--, la que saca mayor rédito es la banda terrorista. Mientras, los ciudadanos asisten al espectáculo sorprendidos, apenas recuperados de la conmoción por el atentado del 30 de diciembre. Afortunadamente, las movilizaciones de ayer, más allá de las divisiones, ponen de relieve que estos mismos ciudadanos están lejos de la indiferencia. A pesar de todo, de la manipulación o el olvido de los sentimientos de las víctimas, se resisten a relativizar la tragedia, a desentenderse del futuro y a dejarlo en manos ajenas. Pero no hay duda de que la división provocada por el PP, en momentos en los que la sensibilidad está a flor de piel, puede acrecentar la desconfianza en los políticos y el escepticismo.