Como muchos nos temíamos, el debate celebrado ayer en el Congreso de los Diputados sobre el final del alto el fuego de ETA no hizo sino amplificar las rotundas diferencias entre los dos grandes partidos españoles, PSOE y PP, sobre cómo abordar la lucha antiterrorista. Fue, en este sentido, un despropósito que podíamos habernos ahorrado si no iba a servir para lanzar un mensaje de unidad. Pero el manifiesto interés del PP por desgastar al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el momento más crítico de su mandato, hizo que la batalla a brazo partido que socialistas y populares libran desde hace meses a propósito de ETA se escenificara en el hemiciclo sin que nadie moviera ni un milímetro su posición mil veces expresada en previas intervenciones públicas.

Zapatero volvió a mostrar la disposición del Gobierno para alcanzar tras la fenecida tregua un acuerdo de todos los grupos de la Cámara en la política de lucha contra ETA y tuvo el gesto de admitir su error al mostrarse inusitadamente optimista el 29 de diciembre, solo 24 horas antes del atentado de Barajas. Pero un Mariano Rajoy agresivo y visceral no dio ninguna opción. Es difícil calibrar hoy si esa política dará réditos electorales al PP. Pero lo que sí quedó en evidencia es su soledad --todos los demás grupos respaldaron a Zapatero-- y su responsabilidad ante la historia por haber sido el primer partido que ha atacado de forma despiadada al Gobierno por un atentado terrorista.