Vicente Blasco Ibáñez era republicano, anticlerical, masón y un gran patriota. Recomiendo leer alguno de los épicos discursos de sus giras internacionales en calidad de conferenciante. Reivindicó con sangre sus ideas (estuvo a punto de morir en un duelo a pistola) consagradas en el orgullo de ser español y defendió a España como cuna de civilizaciones, combatiendo las patrañas de quienes, dentro y fuera de la patria, nos colgaron negros sambenitos. Fue un hombre de acción, como lo fueron grandes escritores entre ellos Cervantes, que conocía a la especie humana y los riesgos de la vida. Veo en Arturo Pérez-Reverte un acentuado paralelismo con el genio valenciano que sigue siendo el más universal de los escritores españoles después del autor de El Quijote.

Blasco Ibáñez y Pérez-Reverte, en distinto contexto socio-político, huyen con inteligente decisión del adoctrinamiento de rebaño que, antes y ahora, emponzoña al intelecto, a la razón y a la misma libertad.

Transitamos por un inquietante laberinto en el que nos cambian la semántica por decreto en la lisonja del idioma inclusivo, los sediciosos indultados se ríen en la cara de su libertador. Anteayer el Gobierno anuncia una Ley de Seguridad Nacional en la que el presidente se convierte en Dios. Bendecido todo ello con estupefacientes corrientes de educación dirigidas a la infancia, que resume bien Pérez-Reverte: «El mundo es un lugar peligroso, regido por una naturaleza sin sentimientos y poblado por gente que a menudo es malvada. Ocultar a los niños que si pasean por el monte puede devorarlos un oso es ponerlos indefensos a merced del verdugo. Y nunca hubo tanto verdugo suelto e impune como ahora». Pues eso.

Periodista y escritor