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Paco Mariscal

AL CONTRATAQUE

Paco Mariscal

Iryna y Serguei

Hasta las mismísimas riberas del Riu Sec nos llegan, desde el Este europeo y eslavo, el runruneo de guerra y armas. Nos afecta y no poco, y no tan solo por razones económicas con ser éstas importantes. En el Globo que habitamos, el oleaje llega hasta el Vinatxell y Entrilles cuando entra en erupción un volcán submarino en el Pacífico. Ucrania y la Federación rusa están más cerca. Desde hace varios años, esos territorios más acá de los Urales sumen en la zozobra a muchos de nuestros conciudadanos europeos, y por ende a los del País Valenciano con sus consiguientes comarcas castellonenses. La situación, que ustedes vecinos conocen, se agudiza durante estos días invernales.

Los heraldos negros de la confrontación nos traen la vieja y siempre actual nueva del expansionismo ruso de raigambre imperial y zarista. Vaticinan los hados fatídicos de la muerte que los habitantes del Centro y Oeste de Ucrania buscan aliados contra ese expansionismo, y esos aliados no pueden ser otros que sus vecinos occidentales, es decir, nosotros y nuestros primos americanos. La cuestión es compleja y va más allá de los tratados firmados por diversos estados en torno a la independencia, la integridad territorial o la soberanía de esos mismos estados. A guisa de ejemplo, cabría reflexionar sobre el hecho de que un 30% los ciudadanos de Ucrania tienen el ruso como lengua materna, que se eleva casi al 90% en algunas regiones del Este y del Sur del País. Ucrania es un país bilingüe con una sola lengua oficial con un alfabeto cirílico diferenciado del cirílico con que se escribe el ruso. Germen de conflictos que, cuando estallan, lastiman sobre todo a los débiles, cualquiera que sea la lengua que utilicen. Unos 14.000 muertos, indica la prensa más seria, son el resultado del conflicto durante los últimos años.

Y observando los buques que descargan arcilla ucraniana en el Grau, tan necesaria para nuestra cerámica, se fijó uno en Iryna, la moza de rasgos eslavos que preparaba el ritual bocadillo del almuerzo a varios obreros portuarios por donde Almalafa. Iryna, real pero con nombre cambiado, llegó hace casi cuatro lustros desde Ucrania. Laboriosa y ágil como una ardilla, habla un castellano más que aceptable, y no ruega que se cambie de lengua cuando alguien se dirige a ella en valenciano. Es una castellonense nueva con la familia donde el conflicto. A la muchacha cada noticia de aquel lado de Europa la estremece. Iryna es de aquí como los centenares de ucranios que trabajan y viven con nosotros. Por ese real motivo, muchos vecinos del Riu Sec no pueden ser indiferentes al conflicto, entre otros motivos.

Locutores de la radio moscovita

Porque contemplando el Mar Latino que nos une por el Bósforo con el Mar Negro y la península de Crimea, cayó uno en la cuenta, por donde Almalafa, de los doce folios informativos que le escribió Serguei allá por el noviembre de 1991 en Moscú. Serguei, y su mujer Olga, eran locutores de las emisiones en español de la radio moscovita. Jóvenes que rondaban los 30 años y hablaban y escribían un castellano impecable. Fueron, y uno lo fue también aquel noviembre oscuro por motivos laborales, testigo de los últimos estertores de la URSS: desolación económica, intento de golpe de estado por parte del búnquer comunista o estalinista, miseria no prevista por la perestroika de Mijail Corbachov, y confrontaciones interétnicas hasta por las sombras de los muros del Kremlin. Les transcribo, vecinos, un par de párrafos de Serguei: «Los conflictos interétnicos son producto no tanto de la mencionada tendencia separatista como de la desastrosa situación económica y social. Creo que no se puede encontrar ni una sola ciudad en el territorio de la URSS, cuya población sea homogénea desde el punto de vista étnico. Existe en las repúblicas una gran mezcla de naciones grandes y pequeñas». Un documento histórico que me entregó Serguei, del que me despedí con un «gràcies, amic» en valenciano, me devolvió Olga lo mismo con una sonrisa y en ruso: «Spasibo, drug».

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