CARTA DEL OBISPO

San Juan Bautista

Casimiro López Llorente

Casimiro López Llorente

La devoción a San Juan Bautista está muy arraigada en nuestro pueblo cristiano. Destacan las peregrinaciones al santuario de San Juan de Peñagolosa de los pueblos de alrededor, como Culla, Vistabella, Xodos o Puertomingalvo. Algunas se remontan a la Edad Media, siendo la más conocida la de Els Pelegrins de les Useres. En ellas, los pueblos piden a Dios paz, agua y salud física y espiritual por intercesión del santo.

Juan Bautista fue un hombre auténtico, un gran profeta y santo. A excepción de Jesús, sólo en el caso de la Virgen María y de San Juan se celebra con una fiesta propia su nacimiento: el 8 de septiembre el 24 de junio, respectivamente.

La Iglesia recuerda con solemnidad el nacimiento de San Juan Bautista porque Juan fue santificado por la presencia de Jesús ya en el vientre de su madre Isabel, cuando María visitó a su prima. «Estará lleno del Espíritu Santo, ya en el vientre materno» (Lc 1,15), dice el ángel Gabriel a Zacarías, cuando le anuncia el nacimiento de su hijo. Su nacimiento fue motivo de inmensa alegría para toda la humanidad, ya que iba a anunciar la llegada del Mesías, del Salvador del mundo. Sus vecinos se preguntaban asombrados: ¿Qué llegará a ser este niño? Intuyeron que Dios había planeado algo singular para él. Estamos ante una excepcional vocación. Dios lo había elegido, preparado y llamado para ser el Precursor de su Hijo Jesucristo.

En Juan encontramos varias virtudes que lo avalan para su misión: lleva una vida austera, difícil e incómoda. Destaca por su humildad; podía haberse hecho pasar por el Mesías o por un profeta; pero él afirma que no es más que la voz que clama en el desierto y que no es digno siquiera de desatar las correas de las sandalias de Jesús. Juan dirá que conviene que el Mesías crezca y que él disminuya. Por eso merece el mayor elogio de Jesús: entre los nacidos de mujer, no ha surgido uno mayor que Juan el Bautista.

Obispo de Segorbe-Castellón

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