VIVIR ES SER OTRO

En la palma de la mano

La cultura ha desaparecido de la portada de nuestras vidas, anegada por lo intrascendente

Carlos Tosca

Carlos Tosca

Tenemos todo el conocimiento de la humanidad en la palma de la mano. La biblioteca de Alejandría (o la de su barrio, que a menudo se nos olvida su existencia), la enciclopedia más basta que puedan imaginar (seguro que muchos recuerdan aquellas de los años setenta, que se pagaban a plazos y tan bien lucían en el comedor de casa, encuadernadas en cuero) en lugar de preguntarnos quién era Casandra o indagar sobre la tríada dialéctica de Hegel, nos preocupa qué ha desayunado una tal Niña_Bonita93, a quien no conocemos en persona y que esa mañana ha tomado guacamole con salmón, pero que cuando se hincha a torreznos no saca fotos. No pone hastag «vida saludable» como hoy, no. Bueno, a veces sí; en las redes sociales no solo triunfan los mensajes positivos, también los negativos, cuando la gente intenta, literalmente, dar pena. Niña_Bonita93 avisa de que es humana y ha caído en la tentación de zamparse un bocata de, qué sé yo, panceta con alioli. Internet gusta de los excesos, de los extremos.

Pareciera que la red de redes nos ha cambiado, pero creo que solo nos muestra, de una manera nueva, tal y como somos, tal y como hemos sido siempre. He visto hace poco documentales sobre asesinos en serie, uno acerca del muy británico Destripador de Yorkshire, un tipo que se pasó años asesinando mujeres, y otro sobre el californiano Asaltante Nocturno. En ambos casos, una vez comprobada sin ninguna duda su culpabilidad, hubo mujeres que acabaron idolatrándolos, incluso pidiéndoles matrimonio. A Richard Ramirez, el norteamericano de Los Ángeles, le llegaban decenas, cientos, de fotografías de mujeres con poca ropa, o sin ella, posando lascivamente. El tipo este, el monstruo, asesinaba con un ensañamiento brutal, después de violaciones salvajes, además de ser acusado también de secuestrar niños y niñas de corta edad y hacerles mil perrerías (aunque a estos no los mataba luego). Algo increíble, que da para pensar un buen rato sobre la condición humana. A quién le cabe en la cabeza querer casarse con alguien que ha cometido atrocidades así.

En fin, que lo más disparatado de internet ya lo teníamos en la era anterior a su existencia. Que los comportamientos viscerales, irracionales, han estado ahí desde, me temo, siempre, quizá desde que bajamos del árbol, puede incluso que antes. Somos muchos los seres humanos, seguramente demasiados, y las mentes que nos gobiernan a cada uno de nosotros muy diversas, dadas a lo mejor y a lo peor. Componemos sinfonías, escribimos libros sesudos, la ciencia avanza a velocidad supersónica, pero también hallamos en nuestra manera de ser el lado más oscuro elevado a la mayor potencia.

Chorradas

Puede que usemos los móviles para chorradas, puede que en lugar de cultivar nuestra sabiduría nos dediquemos a jugar a Candy Crash, a mandar fotos de nuestras mascotas, a celebrar el último gol de nuestro equipo… Puede, solo tal vez, que nos debamos conformar con no caer en el extremo más retorcido de lo que es ser persona. Con eso basta. Así que quizá esté bien seguir haciendo chorradas con los teléfonos.

Respecto al acceso a la cultura, antes estaba la barrera económica. «Es que de niño no pude estudiar». Ahora que esa excusa, más o menos, se ha barrido, ahora que podemos alcanzar cualquier información gratis y de forma inmediata, más que nunca, parece que la cultura, el conocimiento, la mera curiosidad, ha desaparecido de la portada de nuestras vidas, anegada por lo intrascendente.

Quizá sea una pena, la oportunidad de dar un salto evolutivo como especie desperdiciada por el brillo extraño de lo banal.

Editor de La Pajarita Roja

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