Opinión | TRIBUNA INVITADA

Cuando salgamos del fango

Algún día saldremos del fango, de la crispación buscada y de la confrontación entre bloques. Son cosas distintas, como también lo es la responsabilidad en cada caso de los actores responsables, pero lo ocurrido estos últimos días en España no augura cambio de tendencias.

Aumentará la tensión y más allá de algunos anuncios, aún por concretar y acordar, en materia de libertad de prensa o reformas en el ámbito judicial, seguimos instalados en un preocupante punto y seguido, sin perspectiva de mejorar el clima institucional, la calidad de nuestra democracia y la gobernabilidad en el medio plazo.

En algún momento superaremos este tiempo de repliegue y deterioro de nuestra joven democracia, de instigación al odio y la deshumanización, de polarización extrema, de división que destruye todo vestigio de lealtad, formalidad y decoro institucional. No son técnicas nuevas, algunos lo sabemos bien, pero nunca como ahora la conversación política se había degradado hasta este extremo. La eclosión de las redes sociales ha facilitado que proliferen las fábricas del odio y los profesionales de la desinformación y la crispación. La furia se ha impuesto al acuerdo. Y así es imposible garantizar el normal funcionamiento de las instituciones y pensar siquiera en políticas de Estado que requieren acuerdos.

Perdemos todos

Algún día, los actores políticos responsables de estas prácticas (que son muchos más de aquellos que militan en partidos) comprenderán que con su activa contribución a la creación de ambientes tóxicos y a la destrucción de espacios institucionales de confianza y de acuerdos, perdemos todos.

Que la política está distanciada de algunos problemas reales que preocupan y agobian a amplias mayorías sociales.asta el punto de que parecen dos esferas diferentes, paralelas. Entenderán que así no se puede gobernar y que el riesgo de bloqueo institucional y de la acción de gobierno nunca ha sido más real en toda la etapa democrática. Que están haciendo dejación de una responsabilidad ineludible. Reconocerán que la democracia es legítima disputa por el poder, es conflicto, pero también pacto. Y que en España el pacto es condición necesaria para poder gobernar.

Porque con niveles de estrés político tan extraordinarios es imposible acordar e impulsar políticas públicas que solo tienen sentido y son eficaces y coherentes si son fruto del acuerdo y la negociación. Acuerdos basados en la idea de que todos los gobiernos ganan, porque si hablamos de la España cuasi federal (federal remite a foedus, «tratado» o pacto, pero también puede relacionarse con fides «confianza mutua») los partidos pueden ser gobierno en un sitio y oposición en otro y sólo se puede gobernar habilitando espacios de confianza institucional.

Y entonces se podrá reconducir la situación. Será el tiempo de las políticas concretas para abordar en serio problemas estructurales como al que hoy, a modo de ejemplo, quiero referirme: la pobreza en vivienda como una prioridad colectiva. Una emergencia. Un mandato constitucional incumplido y el mayor fracaso de toda la etapa democrática. Y todos y todas ganaremos. En especial aquellos que se sienten perdedores desde hace décadas. El precariado, ese nuevo proletariado de servicios para el que el mes se hace interminable, porque es mucho más largo que el salario. Pero también muchos hijos e hijas de clases medias que no pueden emanciparse.ablamos de un colectivo integrado por once millones de ciudadanas y ciudadanos en edades comprendidas entre los 20 y los 40 años. Una generación atrapada en un presente continuo, plagado de incertidumbres e inseguridades, con el ascensor social averiado, sin horizonte de futuro y que percibe menos de lo que necesita en términos de gasto público. Tal vez la mejor muestra de gobernanza disfuncional, pero también el mejor ejemplo posible de lo que podría ser una buena política pública esencial. Pero han de partir de la evidencia de que cada gobierno en solitario no puede. Porque carece de las capacidades necesarias para impulsar una política pública en la que todos han de coordinarse y cooperar.

Si tuviera que elegir un gran acuerdo de Estado prioritario, sin duda apostaría por el impulso de un plan estatal de vivienda. Algo similar al Pacto de Toledo acordado para garantizar el sistema de pensiones. Con capacidad para movilizar más de setecientas mil viviendas a lo largo de una década. Estatal significa que ha de acordarse entre todas las partes que son Estado: gobierno central, Comunidades Autónomas y gobiernos locales. Aportando cada uno las capacidades, competencias y recursos correspondientes y contando con instituciones financieras y actores privados. Porque todos tienen que comprometerse. Desde cambios en la legislación básica en materia de fiscalidad o suelo, hasta la colaboración con los gobiernos locales en la promoción y construcción de viviendas en régimen de alquiler y nuevas reservas de suelo para vivienda protegida, pasando por el impulso coordinado de planes estatales y regionales de vivienda, acordados para que perduren más allá del ciclo político.

Enmendar el gran error

Es el tiempo de enmendar el gran error mantenido durante décadas a la hora de establecer prioridades. Porque nuestra situación no cabe atribuirla a un problema de falta de recursos, sino a decisiones erróneas de distintos gobiernos que se han desentendido del problema. Para que se hagan una idea de la magnitud de ese error, mientras que prácticamente se abandonó la política de nueva oferta de vivienda asequible desde los años noventa del siglo pasado, tanto la dotacional de promoción pública destinada a alquiler para jóvenes y colectivos vulnerables, como de vivienda de protección oficial de promoción pública y privada, los distintos gobiernos centrales han destinado para el periodo 1990-2018 unos 55.800 millones de euros en alta velocidad, pese a que en 2018 solo acumuló un 4,8% del total de pasajeros en ferrocarril.

Existe amplio margen para alcanzar consensos sobre un plan estatal de vivienda, no es una cuestión divisiva, puesto que todos los actores políticos ganan, y es momento de reparar un error histórico. Con un enfoque estructural, renovado y muy flexible en cuanto a la adopción de medidas, evitando la formación de nuevos guetos, aprendiendo de otras experiencias, superando medidas paliativas y abordando la cuestión desde la escala adecuada. Es la única forma de empezar a solucionar una realidad: tenemos un gran problema de oferta y los poderes públicos deben ordenar y regular las enormes distorsiones que provoca el turismo de masas en determinadas áreas en las que los jóvenes y grupos vulnerables con bajos ingresos son literalmente expulsados o condenados a malvivir en habitaciones, sin posibilidad alguna de pensar en construir un proyecto de vida decente. La peor cara de este problema lo ofrece la situación en los barrios vulnerables y los problemas de salud mental entre los jóvenes de menos de 40 años de los que ya tenemos evidencia empírica.

Vivienda asequible, empleo, salario, educación (en especial hasta los 3 años) y fomento de la natalidad, forman un todo. Y de todos ellos, la vivienda es la clave de bóveda que permitiría a millones de jóvenes salir del laberinto. Seguridad, dignidad, estabilidad y futuro también forman un todo. Y de nuevo poder acceder a una vivienda es la condición necesaria para garantizarlo. Creo que ha llegado el tiempo de entender el futuro de una generación como un problema político del presente.

Hablamos de una verdadera emergencia, en especial en las grandes áreas urbanas y metropolitanas, de un problema sistémico, elemento clave de bloqueo generacional y que explica desde las bajas tasas de natalidad, hasta los elevados niveles de abstención en las elecciones. Una situación, tan injusta como insostenible, que es fuente de deslegitimación política, socava los cimientos del sistema democrático, incrementa la desconfianza y la desafección y está en la base de las nuevas geografías del malestar no solo en España, sino en gran parte de Europa occidental.

Remitirá la ola reaccionaria

Algún día saldremos del fango. Remitirá la ola reaccionaria y la guerra sucia, se pacificará la política en favor de una «convivencia serena» a la que ya apelaba el presidente Suárez, se recuperará el sentido de Estado, la buena política regresará a las instituciones, recobrará su valor la cultura del acuerdo y el interés por la gobernabilidad.

Se podrán impulsar políticas, como vivienda, entre otras muchas, que devuelvan esperanza y seguridad a millones de personas. Y espero verlo.