La Peste Negra fue una enfermedad de las ratas transmitida a través de las picaduras de sus pulgas. Solía afectar a los nódulos linfáticos, especialmente en el cuello, las ingles y las axilas, que se hinchaban y endurecían formando bubones. Respecto de su inicio, se comenta que en 1346 los mongoles, al asediar la ciudad de Kaffa, en la península de Crimea, dominada por los genoveses, aplicaron la atroz acometida de arrojar cadáveres sobre las murallas para internar enfermedades. Fue la tripulación de un navío genovés la que introdujo el morbo en el occidente europeo. La enfermedad tuvo varios rebrotes en nuestras tierras. Si los estragos no fueron muy lamentables en la primera irrupción, sí lo fueron en 1357, en el que el rey Pedro IV se ve obligado a perdonar varios tributos a Castelló por la situación de calamidad en que se hallaba

En el año 1398, otra vez volvió la peste a enseñorearse de nuestro pueblo y, significativamente, su nueva propagación nos pone en relación con el más importante culto religioso que ha conocido la ciudad: el de la Mare de Déu del Lledó. A consecuencia de la epidemia que generó una virulenta mortandad, se produce un grave despoblamiento en el término municipal. Sin embargo, paradójicamente, en esas fechas, los jurados de la villa acuerdan ampliar la iglesia del Lledó, para que sea capaz de albergar a las personas que acuden a ella en romerías. El texto exhumado por Revest, quien, al hablar de la temprana devoción mariana en estas fechas, plantea la posibilidad de un culto cristiano en los tiempos de la dominación islámica, es de suyo bien elocuente: «per devoció que i han et van a vetllar bonament no hi poden cabre» y aduce, además, que los romeros proceden de lugares bien diversos. De hecho, el presbítero e historiador Josep Miquel Francés aduce que en 1394 llegan desde Vila-real y Almassora en tal cantidad que hay carencia de vestiduras talares para que se revistan los sacerdotes que deben atender las ceremonias litúrgicas a las que asisten los peregrinos. Y es que en los momentos de epidemia es cuando el fervor religioso se acrecienta en sobremanera. 

Representación de la peste que azotó a Castellón en 1357

Los castellonenses tenían una gran devoción a una pequeña imagen de alabastro de siete centímetros de altura, sobre cuyo hallazgo corrían imaginarias leyendas. En el «Llibre del Bé i del Mal», que se dice existía en el Archivo Municipal de València antes de ser quemado en el siglo XVI, se podía leer que «En lo any 1366, en la ocasió de que Perot de Granyana llaurava en lo seu camp, succeí que se li pararen els bous al temps que feia trànsit per desus d’un almesquer; forcejà per a que passaren avant i havent donat un pas de la rella salta una rail et statim desus ella una imatge de madonna Santa Maria, qual prengué amb gran devoció i gaubança, i la portà al poblat per a la ensenyança on llavors li prestaren la Santa reverència e amb determinació dels jurats li alçaren capella on encontrada fou». 

Este texto lo reproduce Balbás tomándolo de una copia que él declaraba estar ubicada en nuestro archivo municipal. Pero la sintaxis del escrito llevó a pensar al doctor Sánchez Gozalbo en un añadido del setecientos. Es más, el relevante historiador y cronista castellonense, puso de manifiesto que la copia del perdido códice era apócrifa, cuestión asimismo refrendada por su colega vilarealense José Maria Doñate.

No obstante, la fecha hizo fortuna en la sociedad castellonense y se siguió manteniendo como referencial, al extremo de celebrar festejos en su aniversario en 1866, desde el priorato de Cardona Vives. 

Sant Roc, patrón de la ciudad, contra la peste

En 1988, el historiador y archivero Eugenio Díaz Manteca, localiza un manuscrito de 1375 en el Archivo Histórico Nacional, en el que se lee que Berenguer Vicent, deán de la catedral de València, en nombre del cardenal Pietro Corsini, rector de la Iglesia de Santa María de Castelló, autoriza al «consell» de la ciudad y al vicario de su iglesia mayor, para que se puedan celebrar misas a diario en la ermita («ermitanea ecclesia») del Lledó. La transcripción de otro documento realizado por el cronista Revest, según el cual, en 1379, la iglesia «de Santa Maria del Lledó fos fort pocha» y las gentes que la visitaban no cabían en ella, incide en la misma idea de que ya existía no sólo un culto consolidado, sino un lugar de celebración para el mismo en fechas muy inmediatas a la referencia del «Llibre del Bé i del Mal», e incluso anteriores. La construcción de ese templo no sabemos cuándo se llevó a cabo, aunque es evidente que no debió ser muy lejana del momento de la reconquista, si no es que ya existía un santuario mozárabe, o incluso paleocristiano, en que la imagen, identificada como la de la Virgen Maria, recibía culto.

Es más, el «consell» de la Vila contestaría en 1405 a Pere Pujol, prior de la todopoderosa Cartuja de Vall de Christ, cuando, en su incumbencia de párroco de Santa Maria, pretende incautarse feudatariamente de las rentas de Lledó, que la administración del templo corre a cuenta del municipio «de temps de la conquesta ençà», lo cual evidencia que hay una conciencia histórica popular de devoción a la imagen, como mínimo, desde fechas muy cercanas al nacimiento de Castelló. 

La venerada imagen del alabastro

Las tierras de Perot 

El controvertido párrafo del «Llibre del Bé i del Mal» señala que el labrador Perot de Granyana araba sus propias tierras en el momento de producirse el hallazgo. Para los historiadores, el documentar la presencia de este personaje ha sido una labor pertinaz, y más en particular para el doctor Sánchez Adell, quien rebuscando en los más antiguos «Llibres de vàlues de la peyta», precisa que en el año 1398, aparecen censados en Castellón cinco vecinos cuyo apellido es Granyana, pero ninguno de ellos posee tierras en la partida del Lledó. Un texto posterior de 1462 señala la propiedad de un tal Pere de Granyana en esa área: «Item. VII fanecades de terra franques que afronten ab la Verge María del Lledó».

A lo largo del siglo XVI, esta finca pertenece a la estirpe de los Granyana, lo que permite entroncar la tradición oral del hallazgo, vinculado por el cronista Rafael Martín de Viciana, al labrador citado en el «Llibre del Bé e del Mal», lo cual todavía refuerza más el carácter apócrifo de este texto.

Al margen de ello, obsesiona a los historiadores cómo pudo recibir culto (de ser cierta la pretendida fecha del hallazgo en el siglo XIV) una imagen de tan solo 70 mm. de altura y factura tan simple como la de la Lledonera, que no tiene nada que ver con la iconografía de la madre de Dios, que ya en el románico está plenamente establecida, continuando el modelo tipificado en el paleocristianismo y consolidado, en majestad, por los bizantinos.

Si la «troballa» se produjo un siglo después de la reconquista ¿a santo de qué los castellonenses identificaron la reliquia de alabastro con la representación de la Virgen? No cabe sino pensar que esta diminuta estatuilla ya debía ser objeto de devoción desde un tiempo anterior a la normalización del modelo plástico mariano. Bien lo testimonia el profesor Joaquín Campos cuando afirma «que si la figura no hubiera venido avalada por un anterior y viejo prestigio religioso, su veneración inicial hubiera repugnado dentro del cristianismo». 

Imagen de principios del siglo XX de la Basílica del Lledó, desde El caminàs

La devoción a la Mater Dei debió ser muy temprana, habida cuenta que Sánchez Adell, Sánchez Gozalbo, Díaz Manteca, Revest y Francés Camús, entre otros prestigiosos historiadores, vienen en señalar un culto mozárabe. Ello podría hacer pensar, en otro orden de cosas, que tal vez se mantuviera y que no fuera impedido por los conquistadores islámicos, aún en los periodos de mayor intransigencia religiosa y, por tanto, que la devoción a la Lledonera debía estar establecida cuando las tropas de Jaime I llegaron al llano del Castell Vell. El área donde hoy se encuentra la basílica de la patrona parecía gozar de una especial reverencia popular muy anterior a la reconquista cristiana. Incluso los eruditos presuponen la presencia de una pequeña ermita donde recibiría culto la imagen. 

Desde la época romana, la zona pudo tener un aura de religiosidad y, con la especulativa adjudicación al terreno del insondable orónimo céltico al dios Lug, no son pocos quienes estiman que los posteriores hallazgos romanos en la Senda de la Palla, la Font de la Reina, o las partidas de Gumbau, Canet, Zafra, Binamargo o Fadrell, a la vera del «Caminàs», otorgarían a la vía cierto estigma de sendero iniciático.