La carta de la madre de una víctima de bullying en Castellón: "Con 12 años mi hija me dijo que no quería vivir más, que prefería estar muerta"

María todavía tiene que tragar saliva para contar el calvario que, según denuncia, pasó su hija en un colegio público de Castelló

Dibujo hecho por la víctima de bullying en Castellón junto a una imagen de archivo de acoso escolar.

Dibujo hecho por la víctima de bullying en Castellón junto a una imagen de archivo de acoso escolar.

Elena Aguilar

Elena Aguilar

La madre de una alumna de 12 años denuncia el acoso sufrido por la menor en un colegio de Castelló y ha denunciado a la Conselleria por "mala praxis".

María todavía tiene que tragar saliva antes de contar el calvario que, según denuncia, pasó su hija en un colegio público de Castelló durante el pasado curso escolar. «La niña estuvo a punto de suicidarse por bullying y por parte del centro y de la Conselleria de Educación todo fueron impedimentos y puertas cerradas», denuncia la madre.

Carta escrita por María, madre de una víctima de bullying en Castelló

Durante el curso 2021-2022 muchas alumnas y alumnos de 10 y 11 años hicieron un bullying tan grave a mi hija (de 11), quien entonces cursaba 5º de primaria, que estuvo a punto de suicidarse.

Aunque ha pasado un año y aún tiemblan mis manos al escribir este texto, voy a intentar resumir lo que allí pasó con el objetivo de concienciar y salvar las vidas de otros menores.

La situación venía del curso anterior, en el que una sola alumna acosaba a mi hija burlándose de ella y especialmente de mí y de mi marido.

Pero fue durante el curso pasado cuando esta alumna se juntó con otras dos para tener más poder y liderazgo, y así, entre las tres, conseguían dominar a toda una clase y parte de otra para que todas/os ejecutaran sus órdenes a fin de acosar a la víctima.

Todas/os obedecían sus mandatos con disciplina férrea, incluso con saludo militar, y sabían que debían acatarlos o serían también víctimas de golpes e insultos.

Los hechos de violencia escolar que sufrió mi hija durante todo el curso hasta que la sacamos del centro para salvarle la vida, y de los cuales el colegio tiene constancia por escrito, son los siguientes: golpes, estirones de pelo, la tiraron por las escaleras cuando iba con muletas, la elevaron entre varios y la dejaron caer al suelo, prohibiciones para hacer cosas y obligación de pedirles permiso para todo, les prohibían a los demás que hablaran con mi hija, a ella le prohibían orinar cuando entraba en el baño, le pegaban patadas y puñetazos en un pie y una mano lesionados, palmadas en un chichón de la cabeza, patadas en la espinilla, apretones en el brazo de la vacuna del COVID porque tenía inflamación, le tiraban el almuerzo o le prohibían que comiera, le robaban material escolar, se lo escondían durante la clase, se lo rompían cuando se ausentaba la maestra, la cogían del pelo entre varias y la arrastraban por el suelo -a puerta cerrada- en su ausencia, la obligaban a arrodillarse, en el patio la agarraban del cuello, le bajaban la cabeza y la obligaban a beber agua del suelo, le bajaban los pantalones y las bragas delante de todos…

Todo esto con el beneplácito y complicidad de la alumna encargada de guardar el orden cuando no estaba la maestra.

También la amenazaban de muerte para que no las delatara y consiguieron su silencio durante muchos meses diciéndole que si hablaba, primero irían a nuestra casa y nos matarían a mí y a mi marido, y luego a ella. Y que, además, si contaba algo, no tenía ninguna prueba para acusarlas de nada.

Le decían que no valía nada, que su vida no tenía ningún valor ni ningún sentido, que no era nadie y nunca lo sería, que tenía que morir y desaparecer, que no tenía derecho a vivir ni a estar en ese colegio, que se arrancara la cabeza y la tirara a la basura, que las niñas como ella deben suicidarse.

Le repetían cada día que le harían la vida imposible hasta que se suicidara, que su vida sería un infierno, que a ella (la víctima) nadie la protegía y a ellas (las acosadoras) las protegía todo el colegio.

Los insultos más comunes repetidos día a día eran: puta, zorra, maricona, cerda, asquerosa de mierda, fea, patética, gilipollas, imbécil, idiota, inútil, subnormal, anormal, retrasada mental, etc.

Le decían que ellas eran las dueñas del colegio y actuaban como tales: invencibles, intocables y protegidas por sus madres, quienes jamás admitirán que sus hijas son acosadoras, jamás pedirán perdón porque las apoyan en todo, creen que sus hijas son perfectas y que su comportamiento es impecable.

Esas madres entraron en el colegio y amenazaron a mi hija con total impunidad.

Por otra parte, sus hijas decían a las demás alumnas/os que si no pegaban e insultaban a la mía, irían a su casa y matarían a su perro (u otro animal, si tenían). A las que no tenían animales, les decían que les harían lo mismo si no les obedecían.

El psicólogo forense que atendió a mi hija nos confesó que jamás había visto un caso de bullying tan grave como este en Castelló, y de todas las pruebas que le pasó durante días, se desprende que mi hija cuenta la verdad.

Las consecuencias del daño psicológico de una víctima de bullying son devastadoras, pueden durar toda la vida y en algunos casos, acaban en suicidio, como vemos demasiado a menudo. Por ello, estas salvajadas no pueden quedar impunes.

La mejor amiga de mi hija se quedó en ese colegio pero ha dejado de hablarle, bien porque la han obligado a ignorarla o bien porque sabe que si sigue con su amistad, ella será la próxima víctima.

Irónicamente, el centro se autodefine como “escuela de educación respetuosa que cuida y protege especialmente a los infantes”, sin embargo, la realidad es que a quienes cuida y protege es a las acosadoras, a quienes teme es a sus madres y a quien deja desprotegida es a la víctima.

Ese centro, que tanto se vanagloria de ser diferente y mejor que todos los demás, en realidad, ha resultado peor en muchos aspectos: no puso fin a la situación de violencia escolar continuada, no protegió debidamente a la víctima, pues siguieron agrediéndola con el protocolo abierto, no sancionó a ninguna agresora (y así nos lo comunicó orgullosa la directora: que no iba a expulsarlas ni sancionarlas, ya que eso estaba fuera de su “mirada respetuosa a la infancia”), se abrió protocolo contra acoso escolar no porque el centro lo detectara, sino porque nosotros (madre y padre) lo solicitamos por escrito mediante instancia, de manera urgente, y les hicimos sellar la copia, es decir, porque no tuvieron más remedio que abrirlo. Pero, precisamente, fue entonces cuando la vida de la víctima se convirtió en un infierno más insoportable todavía, o sea, que fue como sacudir un avispero: las acosadoras daban órdenes a otras y otros niños que jamás se habían metido con la víctima, para que le pegaran o insultaran. Así, el trabajo sucio lo hacían otras y en lugares donde sabían que nadie las vigilaba: la golpeaban en el cuarto de baño, en los pasillos, en la cola del comedor, en los cambios de clase, etc. Le seguían diciendo que no valía nada y que debía morir…

Hasta que un día mi hija me dijo, llorando, que ya no aguantaba más, que no quería vivir más, que prefería estar muerta. Esa fue la gota que colmó el vaso, así que buscamos otro centro.

Es muy importante señalar el hecho de que fue imposible matricularla en ningún otro colegio de Castelló, ya que, para poder conseguir eso, en el Servicio de Escolarización me pidieron un documento del colegio en el que hicieran constar que el cambio de centro era por motivo de acoso escolar. Y como eso jamás lo iba a conseguir, decidimos irnos de Castelló.

Es decir, hasta el último momento, todo fueron impedimentos y puertas cerradas.

 En ningún momento se cumplieron las leyes de protección y derechos de la infancia, ni siquiera la propia Constitución.

El que tenga que ser la víctima la que cambie de centro y no las acosadoras atenta a sus derechos más fundamentales y va totalmente en contra de toda legislación vigente, amén del daño psicológico que le produce, tras el ya sufrido en el centro.

 La realidad es que el acoso escolar o violencia entre iguales es un tema tabú, donde impera la ley del silencio no sólo entre el alumnado sino también entre las madres y padres de víctimas (que no quieren hablar del tema) y los de las acosadoras y acosadores (que casi nunca creen que sus hijas/os sean capaces de cometer tales atrocidades).

Además, mientras las escuelas sean juez y parte, es absolutamente imposible acabar con esta problemática. 

Tal como están pidiendo las asociaciones de víctimas, se necesita de manera urgente que los protocolos sean dirigidos por personas o instituciones expertas en bullying ajenas a la escuela y a las Consejerías de Educación. Este es el punto clave.

Y también que la mala praxis del personal docente tenga consecuencias penales, pues es quien, según la ley, debe velar por la vida y el bienestar de los/as menores cuando están bajo su vigilancia.

Sólo así se escuchará a las víctimas. Sólo así no se las desacreditará ni menospreciará ni intimidará para que no cuenten nada fuera del colegio. Sólo así se las tratará como personas de pleno derecho. Y sólo así se podrán salvar sus vidas.

Desde aquí, deseo que estas palabras lleguen a las instituciones políticas adecuadas para que estos cambios se hagan posibles a la mayor brevedad y que ningún otro niño ni niña más tenga que suicidarse o sufrir lo que ha sufrido mi hija por motivo de violencia en las aulas y del protocolo en el cual la escuela es juez y parte.

Con voluntad política y escuchando a las asociaciones y a las familias de las víctimas, se puede erradicar esta lacra.

María. Madre de víctima de bullying en Castelló