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ENTREVISTA

Albert Pijuan y su visión del mundo como resort

El escritor de Calafell es el autor de 'Tsunami' (Angle Editorial), traducida ahora al castellano y publicada como 'La gran ola' (Sexto Piso)

Albert Pijuan es el autor de 'La gran ola' (Sexto Piso), publicada originalmente en catalán como 'Tsunami' (Angle Editorial).

En el marco del programa Afinidades Electivas, promovido por el Ministerio de Cultura, Juan Gómez Barcena y Albert Pijuan conversan este 14 de octubre sobre sus obras, Ni siquiera los muertos y La gran ola, ambas publicadas por Sexto Piso, y sobre su experiencia escribiendo en su lengua materna. Lo harán en la librería Ramon Llull de València, y fruto de ese encuentro, de esa charla, ha surgido la posibilidad de entrevistar a Pijuan para hablar sobre esa obra que, como bien dicen desde su editorial, se mueve entre lo apocalíptico y lo carnavalesco, una crítica implacable a una élite indolente y voraz, y a la visión del mundo como resort.

Antes de entrar en materia... Existe una relación entre la provincia de Castellón y tú. No hay que olvidar que en la editorial benicarlanda Onada Edicions publicaste tu pieza teatral Tabula brasa. 

Efectivamente, hace ya muchos años. Esa obra ganó el premio de teatro del Ayuntamiento de Sagunto. Y muchos de mis cuentos han sido premiados también en certámenes de la Comunitat Valenciana. Quizá el público valenciano sea mi público ideal —se ríe—.

Puede ser, de hecho tu novela, Tsunami, La gran ola en su traducción al castellano, trata unos temas que nos son familiares.

Sí, sí. Y antes de continuar, otro apunte sobre mi conexión con Castellón: para hacer documentación de esta novela fui a Marina d’Or. Estuve unos días allí. 

De hecho, citas a Marina d’Or en la novela.

Sale mencionada, sí, pero no aparece explícitamente. Fui allí para hacer una especie de stage de documentación ya que no podía ir a un resort. Me pregunté: ¿cuál es el ambiente más similar a un resort que puedo encontrar ahora? Y me fui una Semana Santa a Marina d’Or; la experiencia fue muy impactante.

De la novela atrae mucho, o más bien destaca a primera vista, la ausencia de los signos de puntuación tradicional o habitual. De alguna forma, rompes con ese corpus textual, ¿no?

Fue como intentar encontrar formas de acercarse al tema que quería tratar. La idea era sumergir al lector en una ola de exceso, de locura, de riqueza, de juventud… Poco a poco, encontré esta forma de hacer frases larguísimas y, después de un año de su publicación original, te das cuenta, al hablar con los lectores, que sí se ha conseguido transmitir esa ola que te arrastra, una ola textual del mismo estilo que procura, en cierta forma, esa angustia de estar ahogándote; aunque, por otra parte, puedes leerla, quiero decir, el lector no se pierde en ningún momento. Encontré este equilibrio entre ahogar al lector pero, al mismo tiempo, darle la mano y acompañarlo. A nivel estilístico ese fue el punto más complicado.

El hecho de construir esta historia sobre una familia dedicada al mundo hotelero, ¿cómo te vino a la mente? 

Hay un aspecto a tener en cuenta. Tuve que tomar muchas decisiones a la hora de hacer la novela. Está la familia, que es un tema central de la novela, pero no es una historia de saga familiar, no es ese tipo de relatos que abarcan 70 u 80 años. Quise centrarme en la generación del presente que recibe una herencia de riqueza, que en su caso es hotelero, pero que en un caso más pequeño podría ser nuestra propia generación, que ha recibido una especie de estado del bienestar, un momento de opulencia, y no saben qué hacer y lo malbaratan. En la novela, el caso es más concreto, claro.

«La idea era sumergir al lector en una ola de exceso, de locura, de riqueza, de juventud…»

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El tema del turismo me servía mucho para hablar del momento actual. La explotación hasta el último rincón del planeta, el hecho de convertir todo lo que pisa el ser humano en un parque temático… Todo eso está muy presente ahora. Y, por otro lado, está el tema moral, porque el turismo contiene una doble moral. Por ejemplo, este país es un país receptor absoluto, es su principal fuente de ingresos, pero a su vez nosotros hacemos turismo. Nosotros sufrimos las consecuencias pero al mismo tiempo somos parte del problema. No sabes nunca cómo posicionarte al respecto. Hay una especie de pantano moral sobre ello porque todos sabemos que el turismo tiene efectos negativos donde se realiza, además de los aspectos ecológicos, pero me refiero más a nivel de impacto cultural, de que un país se haga turístico. Eso implica que un país se empobrece en muchos niveles. Nosotros lo hemos visto aquí. De todos modos, tampoco puedes criticarlo demasiado o no puedes ser demasiado violento al respecto porque tú, de hecho, necesitas hacer turismo. Así pues, todo eso, como material de ficción, siempre es interesante. Todos esos debates morales a mí son lo que más me interesa.

Realizas una crítica del sistema actual, a través de ese turismo «colonialista», «fagocitador», pero te sirves de escenas paródicas, un tanto bizarras, que hace que todo fluya.

A la hora de abordarlo podría haberlo hecho desde el punto de vista de los trabajadores, de los pobres cingaleses o mexicanos que están sufriendo el maltrato de los otros, pero ponerte en el lugar de los explotadores es otra cosa muy distinta. Es lo que tiene la ficción, ¿no? Cuando adoptas un punto de vista, acabas entendiendo ese punto de vista. Y aquí he apostado por tomar el punto de perversión de los «cabrones», de los amos que van a explotar, de los que se benefician de toda esa situación. 

Al principio de la novela, cuando los protagonistas son jóvenes, el lector tiene hasta ganas de «matarlos», porque son insoportables, pero a medida que pasan los años uno ya piensa que, al final, también son personas y tienen sus debilidades y carencias y que hacen lo que pueden. Así, acabas situándote, quizá no en su lugar, o no del todo, pero al menos los entiendes. Ese ejercicio, desde la ficción, es bastante perverso, el saber qué punto de vista eliges.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que, además de elegir ese punto de vista, porque el relato está planteado desde sus ojos, desde ese mundo que es un resort —y de hecho no salimos de un resort en toda la novela—, de alguna manera se debía apuntar cómo queda esa clase o población que ha sido pisoteada, mermada y maltratada por esta gente. Aquí, de nuevo, la operación: ellos, los protagonistas, no ven a esta gente a la que están maltratando, pero de alguna manera debían hacerlo, ¿no? Debían entender que sus actos tienen un impacto sobre las realidades concretas de cada uno.

Las ediciones en castellano y catalán de la novela de Albert Pijuan.

Salvando las distancias, y teniendo en cuenta que las comparaciones son siempre odiosas, he de confesar que durante la lectura de novela me venían recuerdos de la prosa de Robert Coover en Pinocho en Venecia, esa historia sobre la decadencia de la ciudad de Venecia y de un estilo determinado de vida, con todas esas escenas carnavalescas que son como los puntos de conexión que he ido encontrando en La gran ola. De ahí, la típica pregunta: ¿Qué autores han marcado de alguna manera tu escritura?

Tú vas leyendo e inconscientemente todo te influye, eso está claro. De una forma más consciente, a la hora de elegir un tema y empezar a elaborarlo sí es verdad que hago como una selección en plan «me gustaría parecerme a esto» o «me gustaría tirar por ahí». Entonces, aquí hay influencia de George Saunders; toda esa lectura del mundo como parque temático él la ha tratado mucho en sus cuentos y a mí esa mirada, ese humor tan ácido, me encanta y ha estado muy presente. Después, A. M. Homes, que curiosamente también hace cuentos y trata a su vez la parquetematización del mundo, que es como ver una simulación, un espectáculo constante pero al mismo tiempo falso. A nivel de estilo destacaría a Thomas Bernhard, siempre lo he tenido muy presente y aquí ha sido más explícito, sobre todo a la hora de trabajar el texto visualmente, con las puntuaciones, los párrafos, la composición… Tenía muy claro que debían haber como bloques que simularan esa ola. Y después, he de destacar la inevitable influencia del cine coreano, del cual yo soy muy fanático. Toda esta cosa como desgarradora, exagerada e hiperventilada me entusiasma, esa forma de tratar la ficción casi desde la caricatura, una caricatura con formas violentas.

«En esta novela he apostado por tomar el punto de perversión de los 'cabrones'»

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También eres traductor. Es por ello que me interesa saber qué peso tiene en tu escritura tu labor como traductor.

Traducir está muy bien porque te pagan por aprender —se ríe—. En realidad, hago una traducción al año, o cada año y medio, y siempre es como hacer un curso específico sobre un autor porque te sumerges durante equis semanas o meses en su literatura. Cuando estás siempre tan cerca de un autor, de su voz, e intentas reproducirla y llevarla a otro idioma, van quedando cosas, queda como un poso. Yo leí el Johnny cogió su fusil, de Dalton Trumbo, que también hacía un juego de puntuaciones, aunque en su caso era sin comas, y va enlazando frases. Creo que eso también está presente en mi novela. A Trumbo lo traduje en 2017 o 2018 y me puse con Tsunami en 2019, así que algo debía haber ahí, ¿no? Es inevitable. Cuando convives y trabajas «con alguien», va dejando algo, te deja marca.

Y el hecho de verte traducido al castellano, y de la mano de Rubén Martín Giráldez, ¿qué ha supuesto?

Rubén es un máquina, un artesano. La traducción es absolutamente brillante. Ha hecho un trabajo maravilloso; de ahí el acierto, también, de la editorial, al emparentar este texto con él, porque sabían que Rubén le podría sacar todavía más punta. Él hace muchas propuestas de juegos estilísticos, de hacer bailar el lenguaje, y aquí era muy importante el tema del ritmo y la sonoridad. Diría incluso que ha mejorado el texto —se ríe—. Yo encantadísimo, y ojalá pudiéramos contar siempre con un Rubén Martín Giráldez en las traducciones, y con una editorial así, que publica unas cosas excelentes. No podría haber tenido más suerte.

Ganadora del Premio de la Crítica Catalana, entre otros reconocimientos, ¿dirías que esta novela marca un punto de inflexión en tu carrera?

Es alucinatorio. Yo no daba un duro por el texto, y al final, mira. Has de apostar y creer en lo que haces. Hagas lo que hagas, has de hacerlo con total convicción. Eso sí, después has de tener en cuenta que hay muchas variables que no controlas en el mundo editorial. Un texto puede estar mejor o peor, pero muchas veces su «éxito» depende del contexto en el que aparece, del caso que se le haga. Yo no pensaba que el texto llegara a cuajar como lo ha hecho, la verdad. Estoy encantadísimo, claro, pero todavía estoy esperando a que me llamen para decirme que todo era una broma.

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