Terminado el clásico, ya de madrugada, dos fotógrafos de Mundo Deportivo (Pere Puntí y Manel Montilla) desfilaban cansados hacia el aparcamiento del Camp Nou. Caminaban arrastrando sus pesadas bolsas de máquinas, objetivos y ordenadores portátiles por las entrañas subterráneas del estadio en busca del párking exterior para volver a casa. De repente, toparon con un hombre vestido en chándal blanco, con escudo del Madrid.

Sí, era José Mourinho. Recostado en un coche, mientras el autocar del Madrid, ya con los jugadores dentro, aguardaba para salir camino del aeropuerto del Prat. Estaban todos acomodados: jugadores, técnicos, auxiliares. Faltaba Mou.

Hacía más de una hora que había terminado el partido, pero Mou estaba, con su chándal blanco, apoyado en el coche del árbitro, aguardando a cumplir la última misión de la noche. De la noche en que tuvo al Barça de Guardiola entre sus manos, como en la vuelta de la Supercopa, se le escurrió al final. Una vez más.

Foto de recuerdo // Entonces, Mou parecía estar tranquilo. Hasta charló amigablemente con Montilla, a quien conocía de antiguos encuentros, mientras Puntí aprovechaba para obtener una foto de recuerdo. Cumplido ese trámite, ambos abandonaban el túnel camino de sus vehículos dándole la espalda a Mourinho.

A Puntí, antes de irse, le dio tiempo a disparar su cámara para captar la imagen de un técnico solitario en la zona de árbitros del Camp Nou. Es la foto que ilustra el reportaje.

De pronto, ambos escucharon unos gritos. Y se giraron rápidamente. “¡Vaya artista eres!”, chilló Mourinho mientras Teixeira abría el maletero para meter su equipaje.

Entonces, tanto Puntí como Montilla entendieron qué hacía allí abajo. “¡Cómo te gusta joder a los profesionales! ¡Cómo te gusta!”, gritó desencajado hasta tres veces. ¿Y Teixeira? Hizo que no lo oía. No escribió tampoco ningún anexo al acta del partido. H