El sonido de un tímido fagot que va in crescendo, una sección de violines que empieza a imprimir el ritmo, las flautas y cellos que poco a poco se unen, las trompas que rugen con pasión desaforada, la mano firme del director que sosiega y da paso a la majestuosidad de una de las sinfonías más bellas, complejas y sorprendentes que jamás se han llegado a componer, La Patética.

Hablar de uno mismo, de sus pasiones, suele dar pie a que lo consideren vanidoso y pedante, incluso un ser desconsiderado para con el lector. Ruego me disculpen, pero siempre he sido fiel a la creencia de que es mejor ser sincero y escribir desde el sentimiento y la emoción; además, no sé hacerlo de otro modo, nunca fui un robot, ni pretendo serlo. Mi infancia, así como mi adolescencia, se fraguó entre la música de los Beatles, el jazz y aquellas obras universales que hoy en día consideramos clásicas. Esa fue y sigue siendo mi educación, mi base, y ello me ha permitido ampliar una serie de conocimientos que jamás creí fuera posible. En la música clásica, antigua y barroca se encuentra la simiente de toda armonía, su riqueza.

El hecho de ser (o considerarme) una persona inquieta me ha llevado (sigue llevándome) a preguntar e indagar, a explorar y conocer sobre estilos, compositores, obras, periodos... Acudía a mi padre para que me recomendara; él es, en cierto modo, mi guía musical, mi gurú. Recuerdo perfectamente el ímpetu con que me invitó a escuchar a los compositores románticos rusos: Borodin, Glazunov, Mussorgsky, Glinka, Liadov, Rimsky-Korsakov, Skriabin... y, sobre todo, Piotr Ilich Tchaikovsky, su predilecto.

Con tan solo mencionar las palabras Sinfonía’ y ‘número 6, mi padre empieza a tararear las primeras notas de ese ‘adagio’ de La Patética, y yo, al verlo, no hago más que sonreír, pues soy consciente de su pasión, una pasión de la que he ido apropiándome poquito a poco, pues no pocas veces me he dejado llevar por la música de esta obra que es pura alma. El propio Tchaikovsky llegaría a escribir: “La quiero como no he querido nunca a ninguna de mis partituras… No exagero, toda mi alma está en esta sinfonía”. Y es verdad, pues cada nota te atrapa, te conmueve.

Leonard Bernstein fue muy claro al afirmar: “No creo que haya habido un creador de melodías tan inspirado y genial como Tchaikovsky”. La Patética es, probablemente, el mejor exponente de ese arte creativo, emocional; de ahí que nunca sea suficiente el poder escucharla, y si es en directo, tanto mejor, algo que se hará realidad el próximo martes, 19 de mayo, en el Auditori i Palau de Congressos.

CONCIERTO DEL TRIMESTRE // Destacar una actuación --del programa que CulturArts ha organizado para esta primavera-- por encima del resto podría considerarse un gesto descortés. No obstante, me permito el lujo de recomendar encarecidamente la actuación que protagonizará la Orchestre Philharmonique Royal de Liège el día 19 por varias razones; la primera de ellas, por si no quedó claro, es la interpretación de la Sinfonía nº 6 La Patética, de Piotr Ilich Tchaikovsky, aunque esta será la última pieza que sonará esa fecha en la sala sinfónica del Auditori.

El gran atractivo de este concierto reside en la figura del que dicen es uno de los mejores intérpretes vivos de Johannes Brahms, el pianista Nicholas Angelich. El estadounidense ha demostrado a lo largo de su carrera que puede permitirse jugar libremente en la liga de los más grandes. Posee un hermoso sonido, un amplio rango dinámico y su esfuerzo le ha llevado a alcanzar tal grado de virtuosismo que, en cierto sentido, resulta abrumador. De él han dicho --volvemos a las “ánimas”-- que “deja su alma en cada actuación, a través de sus sutiles exploraciones de color, textura y armonía...”.

Desde la London Philharmonic Orchestra al Mariinsky Theatre Symphony Orchestra, del maestro Valery Gergiev a los hermanos Renaud y Gautier Capuçon o Joshua Bell, de Liszt, Beethoven y Rachmaninov a Mozart y Brahms... Nada se le escapa a este intérprete que acompañará a la OPRL, bajo la atenta mirada de su director, Christian Arming.

La filarmónica franco-belga abrirá su concierto con un compositor bastante desconocido para la gran mayoría (incluso para mí), Eugène Ysaÿe. Este director de orquesta y compositor belga fue considerado, según se sabe, “el rey del violín” o, en palabras del histórico violinista ruso Nathan Milstein, el “tsar”. El crítico Blas Matamoro señala que “fue siempre un tardío romántico, dueño de una retórica muy definida, un código de lo sentimental muy perfilado y una seguridad de redacción propia de quien frecuentó los instrumentos de cuerda como quien asiste a una fiesta de familia”. El pasado año se editó un álbum, bajo la dirección de Jean-Jacques Kantorow y con la participación de la OPRL, que recogía parte de sus poemas para instrumentos de cuerda, un género que el de Lieja creó otorgándole una riqueza armónica considerable. Entre esos poemas destaca el Exil op. 25, composición que escucharemos este 19 de mayo.

Tras los matices tímbricos de la sección de violines, Angelich tomará el testigo para ser el protagonista de la velada. El pianista seguro que se erige en amo y señor del Auditori con su interpretación del Concierto para piano y orquesta nº 2 op. 83, de Brahms, una de las dos o tres piezas más complejas del repertorio pianístico, a pesar de que el compositor alemán la considerara como “un pequeño concierto para piano con un pequeño scherzo”. De “un colorido y hondo lirismo”, como asegura la crítica especializada, esta obra goza en la actualidad de una popularidad solo comparable a las contribuciones de Beethoven y Schumann al género.

Finalmente, la Orchestre Philharmonique Royal de Liège esperemos que deslumbre al personal con esa tragedia musical tan conmovedora que Tchaikovsky nos legó poco antes de morir, esa partitura que él mismo trató de enigma y que muchos de los amantes de su arte hemos intentado, sin éxito, descifrar; de nada sirve pretender analizar ciertas emociones y sentimientos, el talento puro, supremo.

Ysaÿe, Brahms, Tchaikovsky. Arming, Angelich, los miembros de la OPRL. Tres piezas bien diferenciadas entre sí en un solo concierto que merece toda nuestra atención y que recomendamos escuchar con los ojos cerrados para sentir cada nota, cada suspiro.