Corría el año 1942 y Castelló buscaba una familia para cuidar la ermita de Sant Isidre, en la partida de Censal. Ofrecía casa y trabajo y Rosa Marco y Pepe Martí, de tota la vida, obligados a huir a Almassora por la guerra civil, decidieron volver a casa después de que un bombardeo destruyera su alquería, y lo solicitaron al entonces ayuntamiento. Ella vendía la lecha de las vacas, y él regaba los campos.

La concesión, que ha durado 76 años, ha visto crecer a tres generaciones de Martí como se conocía al abuelo. La hija pequeña del matrimonio incluso nació allí. Ellos convirtieron en enclave del camí Vell de la Mar en un hogar, y lo cuidaron para el pueblo, que acudía allí los domingos, para la misa semanal, y para la catequesis; y para toda la familia, que tenía en la ermita el lugar on fer punta en unos tiempos en los que la unión era la fuerza.

Lo explica Mª Jose Alcàcer, nieta de Pepe y Rosa, e hija de Amparo y Pepe Alcàcer que desde 1991 se ocuparon de la herencia ermitaña después de que faltara el abuelo primero, y las tías Pepa y sobre todo Rosa se hicieran cargo de Sant Isidre. «Siempre ha sido la casa de la familia», dice.

Recuerda «las historias, como la que durante la guerra, la ermita fue un polvorín y encontraban balines jugando; o las fiestas de disfraces de las fiestas de agosto, las paellas de los domingos con 20 o 30 personas, que traían lo que podían y se servía en la mesa... y los veranos bañándonos en la acequia, o los pilla-pilla entre naranjos...». Después, con la recuperación económica, el campo, las alquerías, se vaciaron y la ciudad creció, dejando las ermitas como enclaves donde ir una vez al año.

Toda una vida

Emociones de «una vida entera» en Sant Isidre, que primero fue de los abuelos, después de las tías y de sus padres, que se fueron a Barcelona en la posguerra, para regresar a la casa pairal, primero de la mano del ayuntamiento, después de la Caja Rural. «Ser ermitaños es más que vivir allí; es cuidarlo, abrirla a la ciudadanía y mantenerla», explica Alcàcer. Ahora, con la fiesta de San Isidro a la vuelta de la esquina, día grande en la ermita del patrón de los agricultores, recuerdan que hace un año, «por motivos de salud», y ocho años después del fallecimiento del marido, Amparo decidió decir adiós a Sant Isidre, tras criarse allí y recibir el homenaje municipal.