La palabra transición no existe en el diccionario de Chris Froome, el hombre que cuando habla en inglés, su idioma, quienes detectan los acentos, que si es de Londres, galés o escocés, no saben denominar la tierra de origen del jersey amarillo nacido en Kenia, criado en Sudáfrica y que vive con su mujer e hijo en Montecarlo. Y no saben identificarla porque su tierra es el Tour, por el que trabaja y por el que pelea en cualquier etapa, aunque sea llana como ayer o se presente con cuarto puertos, hoy en los Alpes, con los imponentes colosos de la Croix de Fer y el Galibier.

Avisó el Tour el lunes por la noche. Ojo con el viento, porque cuando se deje la protección de la montaña y el pelotón entre en el valle del río Ródano y sus viñedos el aire soplará con furia; a 70 kilómetros por hora. Si una persona se detenía unos instantes y salía del coche hasta era fácil desequilibrarse por la fuerza de la ventisca. Lo sabía Froome y se lo dijo a sus chicos, sobre todo al más importante de sus protectores, su ángel de la guardia polaco, Michal Kwitiatkowski. Ha empezado la tercera semana y al enemigo ni agua… ni viento.

Froome se puso al frente y por delante de él Kwiatkowski, y con un paso al frente Sergio Henao. Y entre los tres, un esfuerzo en común, el pelotón de lado a lado, el viento soplando de costado. Alguien frena, alguien teme un accidente. Un instante de duda, un metro de asfalto, el hueco ya está hecho. Sigue la batalla, con el corte, llegan los nervios y el colombiano Jarlinson Pantano, compañero de Alberto Contador, se va al suelo. Más miedo. Nuevo frenazo y el corredor madrileño y también Daniel Martin se cortan. Comienza la persecución.

El jersey amarillo no mira para atrás, ni le importa ni le preocupa quién ganará la etapa (el Michael Matthews al esprint) ni desgastar unas fuerzas el día antes de los Alpes. En el hotel de Grenoble, con el masaje, la cena y el descanso ya se repondrá.

LANDA, INQUIETo // Mikel Landa, está inquieto porque la nota para el examen del Tour cuesta más de sacar en etapas como esta que en las montañas por las que se mueve con facilidad. Sufre el corredor alavés. Va muy atrás, tanto que en un momento determinado se ve el último del grupo. ¡Cuidado! Se lo dice a sí mismo. Aprieta el culo en el sillín de la bici, hunde la cabeza en el manillar y vuelve a enlazar con los 27 corredores que han aguantado la embestida de Froome.

El esfuerzo lo devuelve a la quinta plaza de la general que pierde, con 51 segundos, Martin. Contador, más atrás, en un tercer pelotón, llega a un minuto y medio del maillot amarillo.

La lectura de la etapa tampoco le provoca orgullo y satisfacción a Froome porque ninguno de los tres perseguidores que están a menos de un minuto ( Fabio Aru, Romain Bardet y Rigo Urán) sufren por la furia del viento. Los tres, como Mikel Landa, se mantienen firmes y no se dejan derrotar. La batalla tiene que ser en la montaña y no junto al Ródano, que el aire solo alivia el calor a las majestuosas viñas para mejorar después el sabor del vino.

Ahora se juega el Tour en el terreno de los Alpes, Primero, en un descenso hacia Serre Chevalier tras coronar el Galibier y el jueves en lo alto del Izoard por su vertiente más entrañable, la Cassé Déserte. Allí, ayer, hoy y siempre, «los grandes héroes se presentan en solitario», como dijo el francés que en los años 50 ganó tres Tours consecutivos. La biblia del Tour. En el Izoard podría decidirse la carrera, de lo contrario habrá que esperar a la gran contrarreloj de Marsella.