Por vez primera en años, Marc Márquez cambió las prioridades minutos antes de iniciar un gran premio, curiosamente el nº 199, es decir, que el domingo, en Motorland (Aragón), cumple 200 grandes premios, de los que ha ganado 77 (ya supera al mítico Mike Hailwood, con 76).

Sus padres, Julià y Roser, lo temían. Emilio Alzamora, su mánager, estaba convencido de ello. Santi Hernández, su prodigioso ingeniero y todo el equipo comandado por Carlos Liñán, lo debatieron, lo charlaron, ¿lo discutieron?, no, no, con Márquez no hay litigios. Todos sabían que no había nada que hacer.

Por vez primera, Márquez se olvidaba de los rivales -el joven Fabio Quartararo, el intrépido Pol Espargaró y el soñador Maverick Viñales partían delante de él-, se olvidaba de que su misión, en este fantástico 2019 (de 13 carreras, ha ganado siete, ha sido segundo en cinco y se cayó en EEUU), es conquistar su octavo título cuanto antes y se olvidó de que, detrás suyo, arrancaban sus tres únicos adversarios: Andrea Dovizioso, Danilo Petrucci y Àlex Rins.

Márquez apagó la luz de la mesita de noche en su camión-vivienda con solo un objetivo: ganar la carrera, fuera como fuese, delante de los 96.212 seguidores de Rossi, en un Misano teñido de amarillo, para demostrar a los seguidores que le odian por haber acabado con el reinado de su ídolo, el Doctor, que él es el heredero. Márquez quería ganar ante 192.424 ojos encendidos de odio hacia él, para replicar a la marranada (sin sanción) que Rossi, el rey que lleva diez años persiguiendo el décimo, le había hecho el sábado, cuando le obstaculizó, con peligro de hacerse daño en su camino hacia la pole nº 89.

rabia de la buena / «Lo que me hizo Vale me dio rabia, rabia de la buena, moral, ganas de ganar. Mi equipo trató de quitarle hierro a la acción, pero ellos sabían que yo saldría encendido en busca de una victoria que dejase claras mis intenciones: ganar y dar espectáculo». Márquez lo hizo todo para ganar. Preparó la carrera con maestría, hizo una salida majestuosa (desde la segunda fila) y, una vez superado Viñales, se pegó al Diablo Quartararo y esperó el momento ideal para sentenciar, la última vuelta, nunca la última curva, demasiado riesgo.

El problema de Quartararo es que Márquez solo tenía una misión: demostrar a la tribu de Rossi que el nuevo rey es él. Le provocaron el sábado y estalló el domingo para cerrar el círculo de su venganza. Rossi debió limitarse a firmar autógrafos.