Como fruto del Jubileo de la Misericordia, nuestra diócesis puso en marcha el Proyecto sí a la vida, Hogar de Nazaret. Su fin es acompañar a adolescentes embarazadas y ayudarles en la acogida de la vida que llevan en su seno. El derecho a la vida es un derecho que corresponde a todo ser humano; es su primer derecho, condición para todos los demás. La vida de todo ser humano, en cualquier fase de su desarrollo, es inviolable. El respeto y la defensa de toda vida humana es la primera expresión de la dignidad inviolable de toda persona.

Es responsabilidad del Estado, de la Iglesia y de la sociedad acompañar y ayudar a quienquiera que se encuentre en situación de grave dificultad, para que nunca sienta a un hijo como una carga, sino como un don, y no se abandone ni se descarte a las personas más vulnerables y más pobres: enfermos incurables, discapacitados, ancianos, niños no nacidos.

Ante la cultura de la muerte y la actual mentalidad utilitarista, que propugnan descartar seres humanos, si son física o socialmente más débiles e improductivos, nuestra respuesta es un sí decidido y sin titubeos a la vida. La vida de todo ser humano es un bien en sí mismo. En el ser humano frágil los cristianos estamos invitados a reconocer el rostro de Cristo. Cada niño no nacido, pero condenado injustamente a ser abortado, cada enfermo, cada discapacitado y cada anciano, aunque esté enfermo o al final de sus días, lleva en sí el rostro de Cristo. No nos pueden ser indiferentes ni pueden ser marginados o descartados. Los cristianos estamos llamados a ser testigos y difusores de la cultura de la vida humana frente a los desafíos de nuestro tiempo. Cada vida es un don de Dios y una responsabilidad nuestra. El futuro de la humanidad de nuestra sociedad depende del modo en que sepamos responder a estos desafíos. Esto no solo requiere palabras sino también hechos.

*Obispo de Segorbe-Castellón