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Los expertos en tecnología y comunicación pronostican un aumento exponencial en los próximos años de las prestaciones de los teléfonos móviles. La conjunción de la mejora de la capacidad física de las redes telemáticas (la navegación 5G multiplicará por diez la de la 4G) y la ampliación de utilidades y aplicaciones (el llamado internet de las cosas) hará aún más imprescindible el teléfono celular, convertido ya ahora en prolongación del propio cuerpo. Sobre todo para las generaciones que han nacido y crecido en el entorno digital. Es justamente el implacable reloj del relevo demográfico lo que consolidará y acrecentará un fenómeno ya muy visible hoy: el cambio en la forma de consumir televisión, el producto cultural -en el sentido sociológico del término- por excelencia del último medio siglo.

El mercado televisivo está transitando de forma vertiginosa de la unidireccionalidad y la verticalidad al acceso a la carta y en horizontal, en red. Una auténtica revolución que trastoca los esquemas clásicos y que supone un enorme reto para las cadenas convencionales, obligadas a buscar fórmulas para fidelizar a un público que tiene a su alcance en internet una oferta casi ilimitada de entretenimiento. Su conocimiento del sector debería ser un factor determinante para adentrarse con firmeza en un modelo de negocio ante el que experimentan un cierto vértigo pero al que están abocadas si no quieren acabar teniendo un papel subalterno en el mapa de la comunicación de masas del siglo XXI. El dato de que en España el 47% de los espectadores ya consumen productos televisivos a la carta es contundente, y aunque sería temerario aventurar la muerte de la tele que se mira pasivamente desde el sofá familiar, la época de su absolutismo ha pasado definitivamente.

Los intereses económicos en juego en el paradigma que se avecina son enormes, y la toma de posiciones por los agentes concernidos anuncia una dura batalla. Dos cuestiones deberían tenerse en cuenta en todo caso. La primera, que el combate contra la piratería en internet será mucho más importante. La segunda, que el aumento de la oferta no hará necesariamente más sabios y juiciosos a los ciudadanos. No hay que confundir cantidad y calidad, y el espíritu crítico debería prevalecer así en el entorno digital como en lo que acabe quedando del analógico.