Siento un gran respeto personal por aquellas personas que creen en alguna forma de religión. Otra cosa son las actitudes y las palabras de quienes especulan sin pudor con la influencia de Dios y de los santos. Porque ya me dirán si es realmente cristiana la historia que leo en un boletín del Opus Dei, en el que se da a conocer las gracias obtenidas por la intercesión de don Álvaro del Portillo, sucesor de san José María Escrivá. No me voy a meter en las historias de encuentros de objetos perdidos que los fieles atribuyen a la invocación a don Álvaro. Me preocupa mucho más otro caso, porque me parece sencillamente que resulta impresentable.

Firma la carta C. V., residente en Almaty, Kazajistán. "Una amiga mía buscaba trabajo desde hacía meses. Un día le pregunté cómo iba la búsqueda. Me dijo que estaba rezando a don Álvaro para conseguir un puesto de trabajo. Le contesté que yo también le rezaría. Y un día vino a buscarme para decirme que le habían hecho una entrevista de trabajo y le habían dicho que la contrataban. Estaba muy sorprendida porque para ese puesto había muchos otros candidatos".

¿Qué le parece al lector? Una serie de personas --"había muchos otros candidatos"-- no habían obtenido el empleo, aunque pudieran estar muy preparadas. La plaza se la llevó la que había pedido auxilio al "siervo de Dios". No sé por qué me viene a la cabeza, en este momento, la palabra injusticia. O, si lo prefieren, discriminación. Y todavía me inquieta otra cosa más: ¿y si hubieran sido dos, o cuatro, las aspirantes al puesto de trabajo, y todas ellas hubieran pedido la intercesión de don Álvaro? ¿Qué decisión habría tomado el difunto y piadoso gobernador del Opus? ¿Elegir una sola petición e ignorar las demás? ¿O quizá, para no hacer una elección arbitraria, no hacer caso a ninguna?

"Había muchos otros candidatos en el empleo que yo quería", se admiraba la afortunada. Yo no sé, francamente, por qué le sorprendía tanto. Quizá no era consciente de ello, pero lo que había hecho era pedir una influencia. Lo hacen algunos opositores o aspirantes a un puesto de trabajo. Pero pedir influencia a la divinidad, no para mejorar la salud o corregir un preocupante vicio, sino para obtener una ventaja profesional y económica no me parece demasiado ético. Quiero creer que a C. V. le dieron el puesto de trabajo por sus méritos laborales, no por influencia divina.

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