Más allá de la pandemia, como en el mundo continúan pasando cosas, una noticia llamaba poderosamente mi atención el pasado miércoles 17 de marzo. Decía: «Hallados nuevos fragmentos de los Rollos del Mar Muerto». Para los que no estén al corriente, los Rollos del Mar Muerto, descubiertos el año 1947 en las cuevas de Qumran (Cisjordania), pusieron patas arriba la investigación sobre los manuscritos bíblicos y los orígenes del cristianismo. Allí se encontraron los primeros textos conservados de la Biblia, datados hace 2.300 años. Al parecer, ahora se han hallado nuevos fragmentos y uno de los textos reconstruidos por los arqueólogos dice: «Estas son las cosas que tienes que hacer: decir la verdad el uno al otro, actuar con justicia perfecta en las puertas de tu casa, no causar daño al otro y no inclinarte por el perjurio, porque esas son cosas que yo odio, dice la palabra del Señor».

Esas frases me recordaron unas sentencias de distintas tradiciones culturales y religiosas que trabajaba con mis alumnos cuando hablábamos de la universalidad de los derechos humanos. ¡Vean qué interesante, qué curioso y qué revelador! Brahamanismo: «No hagas nada a los demás que te pueda causar dolor si te lo hacen a ti» (Mahabarata). Budismo: «No causes dolor a los demás en formas que serían dolorosas para ti» (Undana-Varga 5,18). Confucionismo: «No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti» (Analectas,XV, 23). Cristianismo: «Cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacédselo vosotros a ellos» (Nuevo Testamento. San Mateo 7,12). Islamismo: «Ninguno de vosotros es un creyente hasta que desee para su hermano lo que desea para sí mismo» (Sunna). Judaismo: «Lo que es odioso para ti no lo hagas a tu prójimo» (Talmud, 31, a). Taoismo: «Considera el provecho de tu vecino tu provecho y la pérdida de tu vecino tu pérdida» (Tái Shang Kang Ying P’ien). Zoroastrismo: «Esa naturaleza solo es buena pues evita hacer a otro lo que no es bueno para sí» (Dadistan i dinik, 94, 5).

Gran teólogo

Con estos antecedentes no es de extrañar que el gran teólogo Hans Kung propiciara una declaración del Parlamento de las Religiones del Mundo hacia una ética mundial. Una ética, decía, que pretende potenciar todo aquello que es común a todas las religiones del mundo por encima de todo lo que las diferencia. Una ética que desde el respeto a la diversidad promocionara ese mínimo que todas las religiones encierran de una ética común, de esa regla de oro de la moralidad que más arriba ha quedado tan claramente representada: «Trata a los demás como quieras que te traten a ti». Es verdad que esa declaración tuvo lugar el 4 de septiembre de 1993 y que desde entonces han continuado pasado cosas y cosas terribles.

Como en muchos otros momentos de la historia, las religiones, de nuevo, han sido fuente de violencia, de guerras, de terrorismo y de mucho sufrimiento, mucha pena, mucho dolor y muerte. Pero el hálito positivo también está ahí, el aliento por el bien permanece y puede converger hacía la luz de la razón y de la universal dignidad de todo ser humano. En una semana especialmente religiosa creemos conveniente recordar a un gran filósofo que hace muchos siglos ya supo ver esa convergencia hacia la Ética. No era cristiano, aunque tiene algunos de los más bellos textos filosóficos sobre la figura de Cristo (El Ungido) y en su comunidad judía fue denostado, vilipendiado y excluido. El decreto de expulsión es terrible y aún hoy su lectura causa pavor. Ese filósofo, el gran Spinoza, ante la carta crítica, descalificadora e insultante de alguien que había sido su amigo y se había convertido al catolicismo, le dice: «La santidad de la vida no pertenece en propiedad a la Iglesia Católica, es común a todos los hombres. Y ya que es mediante el amor como conocemos, como moramos en Dios y como Dios mora en nosotros, todo lo que distingue a la iglesia católica de las otras es perfectamente superfluo y solo se basa en la superstición. La señal única y más verdadera de la fe y del espíritu es la justicia y la caridad, allí donde se encuentran, Cristo está presente de verdad, allí donde faltan, también está ausente Cristo». Una buena lección de un ateo panteísta.

Presidente de la Diputación