VIVIR ES SER OTRO

Gimnasio. Ponte guapa, ponte guapo

Carlos Tosca

Carlos Tosca

El pasado septiembre, Georgia y yo nos apuntamos a un gimnasio. Nada fuera de lo normal. Lo particular del caso es que no lo abrían hasta marzo del año siguiente. Yo he aprovechado esos meses para coger unos kilitos de más. Cuatro en concreto. «No pasa nada --me decía--, en cuanto vaya a entrenar los perderé con rapidez». El problema ha surgido después de dos semanas de intenso esfuerzo en el gimnasio: en lugar de perder el peso ganado en los últimos meses, he metido otro kilo entre pecho y espalda --más concretamente debajo del pecho y en los laterales; la parte de atrás «hasta donde pierde su nombre» sigue igual--. La explicación del fenómeno parece clara, lo cual en cierto modo me tranquiliza: en casa comemos habitualmente a la una en punto, como si fuéramos alemanes, o jubilados. Ahora acudimos a ponernos en forma justo a esa hora, al acabar la jornada matinal. Entre que nos vestimos con la ropa de deporte, vamos hasta allí, nos machacamos durante una hora y pico --en la cinta, en la bicicleta y en los aparatos de tortura--, volvemos a casa, nos duchamos y preparamos la comida, acabamos sentándonos a la mesa hacia las tres, a veces más tarde. Dos horas y pico después de lo acostumbrado, con el hambre incrementada debido al gasto energético efectuado. Devoramos la comida como si no hubiera un mañana, bajo la justificación de «me lo merezco, me lo he ganado». Total, lo dicho, pese a la intensidad del esfuerzo realizado, el balance tras quince días era que me encontraba un kilo por encima del peso que marcaba la báscula antes de abrir el --dichoso-- gimnasio. Lo peor es que se han llegado a acumular cinco desde septiembre.

Esto es verídico, aunque he omitido que ya en las siguientes semanas se ha reconducido la situación y el peso extra ha desaparecido, de tal manera que ando ya descontando del acumulado antes de la apertura del lugar de --tortura-- entrenamiento. Parece un objetivo realista conseguir eliminarlos para el verano y cumplir aquello de la operación Bikini. En otras palabras, mi objetivo es quedarme como estaba antes de empezar todo esto. Vaya…

Sobrepeso

Siempre me ha tocado luchar contra el sobrepeso. He maldecido el que, a poco que haga un extra, que me deje llevar por el apetito, la ancha sombra de la báscula se cierne sobre mí. Hasta que un día me di cuenta de que esto, en realidad, representa una ventaja. Una circunstancia positiva. El no poder comer lo que quiera sin miedo a engordar me obliga a cuidar la alimentación, a andarme con ojo respecto a qué tomo, porque al mínimo descuido, los pantalones dejan de entrar, los jerséis parecen encogidos y los botones de las camisas se tensan de un modo incómodo y nada elegante. Gracias a ello, jamás he tenido, por ejemplo, problemas de colesterol. Si, como algunas personas afortunadas, pudiera comer sin andar atento a las calorías, tal vez mi salud se encontraría peor.

En la vida hemos de buscarle siempre el lado bueno a las cosas, incluso en las circunstancias adversas. Parece una de las claves de la felicidad el evitar centrarse en lo negativo y recoger cuanto positivismo seamos capaces de recolectar. Está claro, clarísimo, que no siempre es fácil poner buena cara ante la tormenta, buscar el lado bueno de determinados acontecimientos horribles. Pero con eso toca lidiar.

Dicen que la felicidad es cosa de niños --o de tontos--, que los adultos medianamente inteligentes somos desdichados sí o sí. Puede que sea verdad, lo cual no es óbice para que busquemos el sabor menos amargo de las desgracias, ¿verdad? Al menos debemos intentarlo, qué caramba.

Editor de La Pajarita Roja

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