AL CONTRATAQUE

Farsa y números

Nuestros bolsillos y monederos gozan de relativa tranquilidad, si olvidamos las demagógicas farsas

Paco Mariscal

Paco Mariscal

Unos 600 y pico de quilómetros al volante nos separan, mirando al norte, de Montpellier. Allí nació Jaume I, convertido el último siglo en el santo y seña de las llamadas fiestas fundacionales de Castelló del Riu Sec. En la ciudad gabacha se respira el perfume aromático de las hierbas mediterráneas. Vecinos y allegados de nuestras comarcas de huerta y secano, dos ríos de corto trayecto rozan esa población occitana, junto a uno de ellos, el Mosson, se levanta el estadio deportivo del pueblo, como junto al Riu Sec se levanta el Castalia de nuestro equipo de fútbol centenario. De Montpellier, y en esta destartalada campaña electoral, nos llegó hace unos días la sensatez de los números, la realidad de la economía en el País Valenciano y en el resto de los páramos de España.

Desde las orillas del Riu Sec a la capital extremeña, la clásica y romana de Mérida, la distancia al volante es de unos 800 quilómetros. Aunque está próxima, porque hace décadas fijamos el paisaje de Extremadura en el espacio de la memoria. Extremadura es compendio paisajístico hispano, europeo y mediterráneo. Sus tierras las visitan el Tajo y el Guadiana. El norte extremeño, que roza la Sierra de Gredos, posee el aire del mar Atlántico, y ciertos rincones son émulos de las alturas alpinas. En ese norte entrevemos castaños y robles. Luego aparecen las onduladas colinas de sus dehesas y estepas. Los alcornoques y encinas pueblan, arrogantes, los bosques que denominan dehesas. En las estepas se cultiva el grano y, si llegan puntuales las lluvias primaverales, se convierten hasta que llega el calor en un mar perfumado de flores y aromas. Y el sur extremeño que roza Sierra Morena y la Sierra de Aracena, donde la blancura de sus pueblos nos delata la fraternal Andalucía. Tierras de Badajoz, donde la alfarería fue economía y cultura. Todavía nos acordamos –y era antes de que el frigorífico se convirtiera en imprescindible en nuestros hogares--, todavía nos acordamos, digo, de aquellos vendedores ambulantes, procedentes de Salvatierra de los Barros, que nos ofrecían, al comienzo del verano por estas comarcas valencianas y castellonenses, los botijos y cántaros que refrescaban el líquido elemento. Ahora, y desde Mérida, nos llega una muestra de la ridícula farsa que representan algunos dirigentes de la cúpula del PP en Extremadura y en el resto de las anchas Españas: el no, pero sí con la extrema derecha, el sí pero no con la derecha extrema: o ambigüedades grotescas – aquí sí la lista más votada, allá no la lista que más votos recibió--. Las farsas de Aristófanes y Plauto se invalidan ante las escenificaciones de Núñez Feijóo.

Y la farsa, vecinos, se confronta con la realidad de los números de Pierre-Olivier Gourinchas. El cincuentón fue a la escuela en Montpellier y fue alumno aventajado. Ya mayorcito recibió el premio al mejor economista joven de Francia. En absoluto izquierdoso apoyó, la candidatura de Emmanuel Macron en las presidenciales francesas. Habla inglés como Shakespeare, y ha impartido docencia en Standford, Princeton y Berkeley. Es un economista puntero del Fondo Monetario Internacional, y hablar de bajar impuestos sería llevar al abismo de la inflación a las economías occidentales, incluida la nuestra. En medio del cisco que nos montó la pandemia, la crisis energética, la guerra y otras banalidades intrascendentes, dice, aquí se actuó de forma apropiada en el ámbito de la economía. Lean sus análisis económicos en las redes y los medios de comunicación europeos tras la cumbre del FMI en la portuguesa Sintra.

Nuestros bolsillos y monederos gozan de una relativa tranquilidad, si nos olvidamos de las demagógicas farsas. Pero no olvidemos Montpellier o Extremadura.

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