VIVIR ES SER OTRO

A sangre fría

Truman Capote logró desaparecer de la narración de su novela, algo imposible en la actualidad

Carlos Tosca

Carlos Tosca

Releí hace poco A sangre fría de Truman Capote. El magnífico libro, uno de mis favoritos, está catalogado como de «no ficción»; nos cuenta una historia real, con un lenguaje casi periodístico, pero con las hechuras propias de las novelas. Se aguanta la trama con técnica literaria propia de la ficción, pese a ser todos los hechos constatables y no haber sido manipulados a conveniencia del autor.

Me encanta la conexión narrativa que a veces se produce entre literatura y cine. Uno de los grandes ejemplos de esto es la película Capote de Bennett Miller. Hemos visto en Hollywood mil adaptaciones de libros. Como algunas de las más significativas podría mencionar las de El Padrino, El nombre de la rosa o Desayuno con diamantes, esta última basada también en un libro de Truman Capote. Pero lo que la película de Miller propone, a diferencia de las anteriores, es que va más allá de trasladar el lenguaje literario al audiovisual, es decir, que se nos cuente la misma historia pero con herramientas diferentes. En Capote, sin embargo, lo que se narra es cómo el escritor pergeñó A sangre fría. Las bambalinas de la novela.

En el libro, su autor elude contarnos la relación particular que establece con aquello sobre lo que escribe, al modo de, por ejemplo, El impostor de Javier Cercas. Pero eso de meter al narrador dentro de la historia es una técnica que se ha puesto de moda ahora, cuando el «yo» ha alcanzado dimensiones de «¡¡¡Yo!!!». Facebook y lo que desayunamos cada mañana, TikTok y los vídeos de gatitos, los segundos seres más importantes del universo después de «NOSOTROS MISMOS». Perdonen las mayúsculas. No, Truman Capote, de un modo flaubertiano, quería desaparecer de la narración por completo. Algo que, en la literatura, y en tantas otras facetas, parece en la actualidad imposible. Un ejemplo más de la egolatría que domina el mundo moderno.

El proceso de escritura de A sangre fría relatado en la mencionada película fue de una intensidad conmovedora. Truman Capote las pasó canutas. Llegó a empatizar con los asesinos de manera notable, sobre todo con uno de ellos, con quien sentía una vinculación especial por haber tenido una infancia traumática como la suya --impresionante la frase: «Como si nos hubieran criado juntos en la misma casa y yo hubiera salido por la puerta de delante y él por la de atrás»--. Sin embargo, al mismo tiempo, sabía que los acusados del crimen habían cometido una monstruosidad incomparable que obligaba a desdeñar toda compasión hacia ellos. Hay más: un evidente desprecio y animadversión hacia la pena de muerte. Cualquiera que, como él y como yo, la aborrezca con total convicción, ante situaciones como esta, pese a tener clara nuestra postura, los argumentos, sin dejar de ser válidos, apenas pueden ser pronunciados. Por no mencionar también lo injusto del juicio que recibieron, las deficientes defensas que les asignaron, todo y su evidente culpabilidad. La dureza de ser pobre en EEUU, y en cualquier parte. También la maldad humana pura, sin paliativos, sin excusas, sin perdón. A sangre fría.

Truman Capote, se dice en el último suspiro de la película estrenada en 2006, no consiguió terminar ninguna novela después de esta. Qué triste y a la vez bella muestra de la condición humana.

P.D.: Quiero mencionar también al fallecido actor Philip Seymour Hoffman cuya interpretación del escritor mereció un Oscar y está a la altura de las mejores de la historia del cine. Si alguien piensa que sobreactúa, que vea algún vídeo del Capote real y apenas notará diferencias; la voz, si uno cierra los ojos, es indistinguible.

Editor de La Pajarita Roja

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