Opinión | VIVIR ES SER OTRO

La pluma estilográfica (2ª parte)

La semana pasada monté aquí una especie de pirueta literaria: inventé una historia relacionada con una pluma estilográfica real y luego dije que había mentido. Me callé las razones de todo ello y ahora voy a intentar explicarme. No resultará fácil, lo sé, porque se trata más de mostrar sensaciones que de dar cuenta de hechos objetivos claros y bien ordenaditos en la cabeza de uno.

Mentí para demostrar la falsedad de un tópico: «No hay nada más increíble que la realidad». Aunque quizá la mentira verdadera sea afirmar que lo anterior es falso. Sí, yo tampoco acabo de verlo claro.

Como dije, es completamente cierto que la pluma existe y tiene las características que comenté. Nada más tocarla por primera vez, ya imaginé uno de esos «y si…» que tanto placer provocan. No, no me miren raro porque eso lo hacemos todos, y con bastante frecuencia: al comprar lotería soñamos con lo que haríamos de ganar el premio, al conocer a alguien que nos resulta atractivo pensamos en cómo sería forjar una amistad o una relación, al tener un hijo conjeturamos con que acabará triunfando en la vida. Todos ponemos imaginación a las situaciones más comunes, del día a día. Pues bien, es lo que hice al tocar esa preciosa pluma --lo que ha resultado uno de los mejores regalos de cumpleaños que he recibido nunca--, pensar en qué pasaría si hubiese pertenecido a uno de mis autores favoritos, si de ella hubiera surgido la tinta que dibujaba algunas de las palabras que tanto me han hecho disfrutar como lector. Por qué elegí a Nabokov y no a Faulkner o Philip Roth, por ejemplo, no lo sé. Fue el primero que me vino a la cabeza en ese momento, cuando solo sabía que el plumín se había fabricado en Nueva York y busqué una referencia norteamericana. Me dije que si aquello inventado fuese realidad, con ese instrumento de escritura de ficción mejoraría. Pensé en otorgarle cierto poder mágico al objeto físico. Pero, claro, escéptico que soy, no creo en este tipo de supercherías. Da igual con qué escribas, eso no va a incidir en la calidad de lo escrito.

Gente admirable

Entonces, ¿por qué veneramos aquello que ha pertenecido a gente admirable o importante? Desde luego, yo y creo que todos, pagaríamos más si se nos certificase que un objeto ha sido usado por alguien famoso. ¿Cuánto vale la camiseta que llevaba Iniesta en la final del Mundial? ¿El precio que marcaba en la tienda? ¿Verdad que no? Pues eso…

Igual suena estúpido, pero a mí me encanta pensar que esa pluma tiene una historia sorprendente, que perteneció a alguien que me parece maravilloso en su faceta de escritor --no me meto en su vida privada-- y poco me importa el hecho de que no sea verdad. Esto, además, provoca un doble rizo, una pirueta final: hablo de la propia ficción, que era el campo donde destacó Nabokov y, a la vez, el uso que quiero darle yo mismo a la estilográfica.

No sé si he sido capaz de hacerme entender. Esta vez, por raro que suene, yo sí sé lo que quiero decir, pero desconozco si he sido capaz de explicarlo correctamente. Mis disculpas si no ha sido así.

Editor de la Pajarita Roja