Quédense con esa fecha. 25 de febrero del 2020. Esa tarde, la Conselleria de Sanitat informaba del primer caso de covid en Castellón y también en la Comunitat Valenciana: un joven de Burriana que había viajado a Milán para asistir a una despedida de soltero y que estaba ingresado en el Hospital la Plana de Vila-real. De aquella noticia se cumplirá este jueves un año y hasta ese momento pocos podían imaginar que un virus que había impactado apenas unas semanas antes en Whuhan (China) podía llegar hasta Castellón a la velocidad del rayo. Pero llegó y en doce largos meses la provincia lo ha pagado con más de 700 muertos, 38.000 contagiados y el colapso del sistema sanitario y de buena parte de la economía.

El último año ha sido malo, negro, maldito... La vida de todos ha dado un vuelco y palabras y expresiones como confinamiento, EPI, rastreadores, PCR, inmunidad de rebaño, tasa de incidencia, doblegar la curva o toque de queda se han incorporado a nuestro lenguaje cotidiano y demuestran lo excepcional de un año que no empezó un 1 de enero, como todos los demás, sino un 25 de febrero.

Apenas dos semanas después de que el SARS-CoV-2 aterrizara el Castellón, el Gobierno decretaba el estado de alarma. La primera ola, la de los meses de abril y marzo, fue la del confinamiento total. Se cerraron las empresas, los colegios, los parques, los cines y los polideportivo. Se suspendió la Magdalena y las Fallas de Burriana, Benicarló y la Vall d’Uixó. A medida que pasaban los días, la cifra de contagios iba subiendo, los hospitales y las UCI se colapsaban y el virus se cebaba sin piedad con los más mayores, sobre todo, los que estaban en residencias. Y, al mismo tiempo, lo sanitarios se convirtieron en héroes. Ahí estaban los aplausos desde el balcón, cada día a las ocho de la tarde.

Desescalada y segunda ola

El confinamiento domiciliario surtió efecto y en mayo llegó la desescalada. Luego vino el verano y con el calor llegaron los turistas a los apartamentos y hoteles de la costa. Los pueblos se llenaron de de gente y, a finales de julio, aparecieron los primeros rebrotes. Después llegó la segunda ola. Fue en octubre, apenas quince días después del puente del Pilar.

Para intentar poner freno a la segunda ola, la Generalitat Valenciana puso en marcha medidas restrictivas, y eso que la provincia era una de las que se encontraba en mejor situación. ¿Las más importantes? Toque de queda entre 00.00 y las 06.00, y seis personas máximo en las reuniones familiares. Aquellas medidas empezaron a dar sus frutos y, con la Navidad a la vuelta de la esquina, el Consell volvió a decretar más limitaciones: cierre perimetral de la Comunitat, seis personas máximo por mesa en bares y restaurantes,, nada de reuniones multitudinarias en Nochebuena y fin de años... Pero esta vez las medidas sirvieron de muy poco y, a mediados de enero, los contagios volvían a dispararse. Tercera ola.

El rayo de esperanza, no obstante, llegó en los últimos compases del 2020. El 27 de diciembre, Benilde Domingo, una residente del centro de mayores de Burriana, se convertía en la primera persona de la provincia en recibir la vacuna e inyectaba una fuerte dosis de esperanza a una provincia que ha vivido en un estado de shock, un mal sueño del que aún no ha despertado.

Hoy, un año después de que el covid cambiará las vidas de todos, se conocen muchas más cosas que en aquel 25 de febrero. Pero todavía planean muchas incógnitas. Nadie sabe cuándo llegará la superación total de una crisis económica (la segunda en apenas dos décadas) que ha dejado tiritando a buena parte de las empresas de la provincia. Como tampoco nadie saben cuánto tiempo habrá que estirar la solidaridad colectiva para atender a todas aquellas familias que se han quedado sin ingresos y que ahora piden ayuda. Son los nuevos pobres. Las otras víctimas de un enemigo invisible que lo está marcando todo.