El 24 de septiembre celebramos Nuestra Señora de la Merced, patrona de las instituciones penitenciarias. Es una ocasión para recordar a los presos y funcionarios, a nuestros capellanes y voluntarios de la pastoral penitenciaria.

El servicio pastoral en los dos centros penitenciarios de Castellón tiene su raíz y fundamento en las palabras de Jesús : «venid, benditos de mi Padre… porque estuve en la cárcel y me visitasteis» (Mt 25, 34.36). Jesús se identifica en este pasaje evangélico con los encarcelados: «Cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis».

No podemos vivir de espaldas a las prisiones ni mirar con desprecio a los encarcelados; son, probablemente, los más pobres de la sociedad. A la luz de la Palabra de Dios, los vemos con los ojos de Dios y con el corazón de Cristo. También en ellos descubrimos que todo ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, con una dignidad sagrada y unos derechos humanos inalienables; dignidad y derechos que nada ni nadie pueden quitar ni tan siquiera los delitos cometidos por graves que puedan ser. También los presos han de ser respetados, valorados y tratados, no sólo ni tanto por lo que hayan podido hacer en el pasado, sino por lo que son en verdad.

Dios ha enviado al mundo a su Hijo para salvar lo que estaba perdido. Jesús inicia su vida pública afirmando en la sinagoga de Nazaret que su misión consiste en evangelizar a los pobres, proclamar la liberación a los cautivos, dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús entrega su vida, muere y resucita, para liberarnos de la esclavitud del pecado y la muerte, para darnos verdadera libertad. Por ello, la Iglesia, además de orar por los presos, por su conversión y reinserción, les propone a Jesucristo que les ofrece su sanación completa de cuerpo, mente y espíritu. El amor cristiano nos impulsa a amar a cada uno de nuestros semejantes como hermanos muy queridos, también a los presos. H

*Obispo diócesis Segorbe-Castellón