La familia de Casa Teresa cuenta ya los días para poner fin a una etapa tras casi 40 años entregados plenamente a la hostelería. Y es que uno de los restaurantes más populares de Benicàssim, situado en la calle Estatut, echará el cierre próximamente y lo hará para siempre. El negocio se traspasa. Así lo anuncia un cartel que se puede ver desde este verano y lo confirman sus propietarios, que, pese a asegurar que este pequeño negocio no va mal, confiesan que ya necesitan descansar y ganar en salud.

«Arrastramos mucho cansancio. La hostelería es muy dura. No tienes vida. Sin ir más lejos, este verano mismo entraba a las 6 de la mañana y salía a las 5 de la tarde, y ni me apetecía ya salir a cenar. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. No es vida y para qué quieres el dinero si no tienes fuerzas ni ganas de salir», explica Enrique Ramón, uno de los tres hermanos propietarios del emblemático restaurante.

Fue su madre, Teresa Bernat, una mujer valiente, luchadora y emprendedora de la época, la que se lanzó a abrir las puertas de este negocio familiar en marzo del año 1986, tras enviudar muy joven con cuatro hijos pequeños. 

«Mi madre iba en moto a limpiar casas, incluso los días que llovía, y alquilábamos las habitaciones que teníamos en la planta de arriba , hasta que decidió montar el restaurante en nuestra propia vivienda. Tanto mis hermanas como yo le ayudábamos, cuando salíamos del colegio íbamos a trabajar al restaurante, y también una tía nuestra», recuerda con cariño Enrique. 

Buena mano en la cocina 

Teresa siempre tuvo buena mano con la cocina y ello le animó a emprender e ingeniárselas dentro de sus posibilidades. Al principio, «la cocina era una antigua habitación de la casa y cruzábamos un patio de luces hasta la cocina real de la vivienda, donde se preparaban los postres, platos fríos y se fregaba. Y, poco a poco, lo fuimos convirtiendo más en un restaurante e hicimos un cocina grande», relata su hijo.

En aquella época había muy pocos restaurantes en un Benicàssim con menor población, «pero hacíamos varios turnos, de día y de noche, y llegábamos a atender a más de 200 personas en una jornada durante muchos años», asegura.

El local está en la planta baja del edificio, que cuenta con un primer piso, que es donde vivió Teresa con sus cuatro hijos, más la terraza arriba. «Mi madre ha sido una luchadora toda su vida», cuenta orgulloso y agradecido por todo lo que hizo para sacarles adelante. Lamentablemente, muy poco después de jubilarse falleció a raíz de una enfermedad. «Pero me quedo con lo bueno. Mi madre ha conseguido algo que era su propósito, que cada uno tuviéramos nuestra vivienda». «Luchó por nosotros y por mantener el negocio a flote lo que no está escrito».

Un restaurante muy familiar

Pronto será el aniversario de su muerte, pues falleció el 29 de septiembre del 2002. Desde entonces, tres de sus cuatro hijos tomaron las riendas del negocio, formando una sociedad. «Nos ha dado para vivir a tres familias y solo abriendo durante el día hasta las comidas, porque ya no dábamos cenas desde hace muchos años, por lo que es rentable», indica Enrique, para quien quiera seguir ahora con la empresa.

Aunque ya cuentan los días para echar el cierre, que se producirá en cuanto se formalice el traspaso o a muy tardar a finales de año, los tres hermanos no se olvidan de sus clientes más fieles. «Algunos de ellos incluso siguen viviendo desde el principio y se han convertido más bien en amigos», dice. 

Y es que no es tan fácil comer como en casa en un restaurante con platos de toda la vida, como su conocida olla de la plana, otros platos de cuchara y arroces. Así ha sido y es Casa Teresa.