Es un gran honor para mí estar aquí con todos mis amigos. Es increíble. ¡Nunca lo olvidaré!». Se podría tratar de una dedicatoria en una fiesta sorpresa o de un apunte de agradecimiento de un amigo que nos ha invitado a su cumpleaños, pero lo cierto es que es el recordatorio que Donald Trump escribió en el libro de visitas del Museo del Holocausto de Jerusalén. Lamentable. Un sinsentido que contrasta mucho con las emotivas palabras que dejó su predecesor en el cargo, Barack Obama, cuando visitó Jerusalén en el 2008. Obama, escribió una dedicatoria mucho más extensa, cargada de sentimiento y dolor, que se convirtió en un llamamiento a que no se produzcan jamás barbaries como la del holocausto.

Y es que la gira internacional que Trump realizó la semana pasada está dejando un auténtico (y penoso) rosario de anécdotas. Se inauguraba la nueva sede de la OTAN en Bruselas y el discurso del presidente fue humillante en su comportamiento, lenguaje y actitud. Espero a tener a todos los pesos pesados delante (Merkel, Macron, May, etc.) para reclamarles dinero de malas maneras, sin asegurarles el futuro. Decepcionante. Como fue también el empujón que dio al primer ministro de Montenegro, Dusko Markovic, quien se apartó sorprendido, para situarse al frente del grupo en una actitud chulesca, indigna de un mandatario de un país y más propia de un pandillero de una banda callejera. Estaban preparados para lo malo, para las extravagancias y la superficialidad, pero lo que se encontraron superó todas las expectativas. Y es que tratar con educación es cuestión de clase, y no de dinero, por eso siempre hubo gente con clase y clase de gente. Trump debería saber que es de mala educación hablar con la cabeza vacía, pero con él, la realidad supera siempre la ficción.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)