VIVIR ES SER OTRO

De hablar y aprender

Carlos Tosca

Carlos Tosca

Alguien a quien tengo en alta consideración por sus conocimientos y la experiencia vital acumulada me dijo el otro día: «Nunca he aprendido nada mientras hablaba yo». Me impactó la frase, tanto que la anoté, manuscrita. Días después, cuando ya la había olvidado, la vi y medité acerca de su significado. Tras una corta reflexión dejé de verla de la misma manera. No negaré que el fondo sea cierto, incluso diría que, como idea general, supone una lección que deberíamos aplicar todos en el mundo actual. Elogia el escuchar y lo pone por encima del hablar. Al proceder así adquirimos conocimientos u opiniones de otras personas que, integrados con nuestro saber, lo aumentan, lo enriquecen. Pero hay un matiz, y en los matices está no solo la salsa sino a veces alguna de las grandes verdades de la vida. Y es que hablar, expresarnos, permite ordenar el pensamiento y, tras ese ejercicio --que muchas veces es de mera limpieza--, tras ese colocar las piezas en su sitio, descubrimos cosas que ni nosotros mismos sabíamos. Puede que una parte de su sentido, o tal vez incluso el fondo, el significado más profundo, estuviera enmarañado y solo al compartir la idea para que alguien nos entienda, consigamos alcanzar las verdaderas repercusiones, el centro de nuestro pensamiento o alguna arista, algún sentido lateral importante que nos había pasado desapercibido. Al hablar, al intentar explicarnos, afloran cuestiones que permanecían escondidas incluso para nosotros mismos.

Es un buen consejo escuchar más y hablar menos. Lo ejercitamos poco. Diría que cada vez menos. Expresar nuestra opinión, mostrarla al mundo ya no es privilegio único de los que tenemos la inmensa suerte de escribir en un diario como este --no me canso de decir que la escritura de esta columna es una de las cosas más bonitas que me han pasado en los últimos tiempos-- sino que cualquiera, gracias a las redes sociales, puede decir la suya y explayarse a gusto con ese pensamiento, original o no, que se retuerce dentro de uno.

Hemos alcanzado un nivel de egocentrismo tal que resulta inquietante. Porque en las redes sociales seguramente nos palmearán algunos de los conocidos que nos leen. Y no hay botón de desaprobación. Claro que no; son listos sus creadores: solo puedes aplaudir, si quieres abuchear tienes que expresarlo con palabras, sembrar polémica, es decir, arriesgarte a que luego seas tú el vapuleado. Y, como último recurso, te pueden echar de ahí y no permitir que tu opinión disidente se manifieste en ese foro en concreto.

El otro día departía con unos amigos sobre Arturo Pérez-Reverte y su modo de polemizar. Los había que alababan la libertad que demuestra a la hora de expresar sus muchas veces controvertidas opiniones. El estatus económico del que disfruta le permite adoptar ese papel de hombre libre que suelta lo que le da la gana. En la discusión yo me opuse a la opinión dominante: pienso que, lejos de ser una opción valiente que le granjea enemigos, gracias a ese papel de machito sin pelos en la lengua se beneficia económicamente porque le hace vender más libros, estar en el candelabro --la genial expresión de Sofía Mazagatos va muy bien en este caso-- y ser trendingtopic día sí, día también. Así que de valentía poco y mucho de estrategia estudiada, que, caramba, le funciona --hoy en día es uno de los autores que más vende--. Si fuera tan peligroso granjearse enemigos no le iría tan bien. «Qué hablen de uno, aunque sea mal» se ha vuelto uno de los lemas de la mercadotecnia. A veces me da por pensar en que debería cambiarse: «Que hablen de uno, aunque sea bien».

Editor de La Pajarita Roja

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