Carta del obispo

El cuidado de los enfermos

CASIMIRO López Llorente

La enfermedad forma parte de la condición y de la experiencia humana. Tarde o temprano toca también a nuestra puerta. La pandemia del covid nos ha recordado que somos frágiles, vulnerables y mortales. Y que nos necesitamos los unos de los otros. El reconocimiento de esta realidad nos invita a ser humildes, a practicar la solidaridad y, sobre todo, a abrir nuestra mirada a Dios, que nunca nos abandona. A través de la experiencia de la fragilidad y de la enfermedad podemos aprender a caminar juntos según el estilo de Dios, que es cercanía, compasión y ternura. La enfermedad y el sufrimiento, si se viven en el aislamiento y en el abandono, si no van acompañados del cuidado y de la compasión, pueden llegar a ser inhumanos.

Los enfermos no nos pueden ser indiferentes: no podemos abandonarlos, olvidarlos o marginarlos. Jesús siempre se acercaba y atendía a los enfermos, especialmente a los que habían quedado abandonados y arrinconados. Su cercanía y compasión hacia los enfermos, sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo y del amor de Dios hacia cada uno de ellos. La compasión de Jesús hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: «estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25, 36).

En la fiesta de la Virgen de Lourdes, el 11 de febrero, celebramos la Jornada Mundial del Enfermo, que nos llama a cuidar de los enfermos, como hace el buen Samaritano (cf. Lc 10,30-37). Recordemos la escena. Dos transeúntes, considerados religiosos, ven a un malherido y expoliado por unos ladrones en el camino de Jerusalén a Jericó, y pasan de largo. Un samaritano, objeto de desprecio, se hace cargo del forastero, tratándolo como a un hermano. Lo cura de sus heridas y lo lleva a una posada. «Cuida de él» (v. 35) es el encargo del samaritano al posadero al despedirse. Jesús, al final de la parábola nos exhorta: «Anda y haz tú lo mismo» (v. 37).

Obispo de Segorbe-Castellón

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