Las Cuarenta

«Cosetes» del CD Castellón en Castalia

Castalia es una fuente inagotable de anécdotas para saciar la sed del columnista

Pepe Beltrán

Pepe Beltrán

Cuando el jueves por la noche me invitaron a casa de Perales a cenar y echar unas manos al Hold’em Texas me lo tomé como lo que es, una forma de romper la rutina, una cita sin grandes pretensiones sociales. Pero no. Acaso no te gusta compartir la mesa en buena compañía y jugar al póker, me preguntaba a mí mismo, y no fue hasta el día siguiente cuando concluí que la jugosa tortilla de patata, un buen embutido, la cerveza fresquita o el postre más dulce no eran el motivo de la excelencia alcanzada de madrugada, una sinrazón que me dio el incomparable --por onanista-- sabor del triunfo sobre el tapete, cimentado sobre un par de faroles, de esos que solo muestras ufano cuando se retira el contrario, y algún all in a tiempo. Ahí radica la única diferencia entre la magnificencia de la reunión lúdica o el sueño desperdiciado del que aún no me he restablecido.

Tampoco el del domingo era un partido sin más. Era una tarde especial por muchos motivos: la visita del millonario líder, el recibimiento al autobús en la calle Huesca, el lleno oficial y el oficioso que siguen sin coincidir, los reencuentros y las charlas de los prolegómenos, el emotivo recuerdo a Manolo Godoy --nunca es tarde si la dicha es buena--, el espectacular ambiente con su tifo, el inevitable recuerdo de ausentes como mi padre, la presentación en sociedad de los refuerzos, mi sobrina Ester a mi lado disfrutando con su tío como yo con ella, la ola infinita, los cánticos, la despedida y el reconocimiento al equipo... Mas lo que queda para la historia es el suculento bocado al liderato, ese dos a cero y una clasificación que permite consolidar las aspiraciones al título para subir directos. En contraste con el egoísmo de la partida de cartas, aquí el orgasmo fue colectivo. Y brutal. Solo los triunfos por venir, con los ascenso pendientes, pueden desplazar de la memoria la sublimación alcanzada.

Sin ánimo de incidir en el grado de paroxismo vivido, en las odiosas comparaciones vecinales, y menos en regodearme con el paralelismo concupiscente a la que soy tan dado, esta sección tiene por costumbre beber de los detalles, de la intrahistoria. Y Castalia es una fuente inagotable de anécdotas para saciar la sed del columnista.

De entrada, confieso mi nerviosismo nada más acceder al río de espectadores que confluían en el estadio. No era la crisis sentimental habitual que me corroe y que también se alivia con una furtiva lágrima a los sones del himno. Mi recortado intestino se revolvía con la atrevida titularidad de tres de los nuevos fichajes, en tanto que Borja ya era de los nuestros desde el triunfo en Pamplona y sabemos de sus virtudes o, como dirían los veteranos aficionados que me rodean en tribuna, «eixe fa ratlles», y ya se ha ganado tanto la admiración de los nuestros como el temor de los rivales. Abundando en ese léxico tan propio de nuestro hábitat, de Israel sentenciaron que «té cosetes», aunque para ese divertimento con el balón gusta más Jeremy por ser de la casa, que aquí siempre izamos la bandera de la cantera a pesar de que algunos, de tan cercano como infausto recuerdo, la hayan ensuciado entre comisiones y desprecios; y especial dedicación mereció la jerga con De Miguel: «eixe grandot és el referent en atac que no teniem». Pero me quedo con la conclusión de que «el ruso --en puridad georgiano-- té que jugar sempre», por Kocho, que el valenciano de Castalia no acepta según qué pronunciaciones.

Entonces surgió la pregunta desde un lateral de la tribuna: ¿está Bob en el palco? ¿está Oscar, su mascota? No pude contestar porque ni lo sabía ni me importaba en ese momento álgido de la tarde. Luego vi la foto del máximo accionista compartiendo sonrisa en el interior del vestuario, como uno más, y me gustó esa complicidad con los jugadores, una humanidad que parece ajena a la frialdad de las estadísticas que parecen inundar la gestión del club. Esa comunión de lo novedoso con la psicología de bar, la más tradicional y empírica, ofrece garantías. Porque todos sumamos y nadie tiene la exclusividad en el acierto. Y en esa ecuación tiene cabida Oscar, con nombre propio, y todo el que quiera. Nos sobran agoreros, cortoplacistas, nostálgicos de su nómina y sabuts, que de eso Castalia siempre fue cátedra. 

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