VIVIR ES SER OTRO

Szukalski

El pintor y escultor polaco nos ha dejado un legado artístico impactante y estremecedor

Carlos Tosca

Carlos Tosca

Al pintor y escultor Stanislaw Szukalski (Warta, Polonia, 1893-Burkank, Estados Unidos, 1987) de joven le hicieron pasar una serie de exámenes para acceder a la Escuela de Bellas Artes de Cracovia. Eran casi doscientos aspirantes y solo concedían once plazas. Les pusieron delante una modelo a la que tenían que dibujar. Szu, como le llamaban los amigos, se limitó a representar la rodilla de la mujer. Únicamente eso, quizá la parte menos significativa de su cuerpo. No solo pasó la prueba, sino que lo admitieron como alumno sin que necesitase ser sometido a más exámenes. Les había demostrado a todos que era un artista en toda regla, de pies a cabeza, pasando por la rodilla, claro.

Este hombre despreciaba a todos los autores contemporáneos, como Picasso o Matisse. Se consideraba el único artista de su época que valía la pena. Su ego estaba a la altura de sus cualidades. O al revés.

Pero su biografía tuvo una inmensa e imborrable mancha. En los años treinta regresó a su Polonia natal después de haber pasado una larga temporada en los Estados Unidos. En su tierra se volvió un nacionalista superlativo. Adoraba el legado pagano y ancestral de la Polonia anterior al cristianismo. Fundó revistas, escribió artículos, diseñó ropa y, por encima de todo, realizó magníficas esculturas en las que fusionó la estética eslava con las culturas precolombinas que había visto en América. Adoptó fervorosas tesis en contra del catolicismo imperante y, con gran vehemencia, postuló textos claramente antisemitas. Llegó incluso a recibir encargos del Tercer Reich, aunque sin que se materializaran.

Así llegó el otoño de 1939 y estalló la que luego se llamaría Segunda Guerra Mundial. La Alemania de Hitler invadió la Polonia que tenía a Szu como referente artístico.

El escultor huyó del país tras pasar dos o tres días bajo los escombros de su casa después de un bombardeo. De no haberse ido, hubiese acabado, con toda seguridad, como otros muchos intelectuales polacos, asesinado por los nazis o por los soviéticos. Al escapar, y este es el dato que me parece más llamativo, se perdió toda su obra. ¡¡Toda!! La dejó atrás para salvar la piel, y la mayor parte de su producción no se recuperaría jamás.

A la vuelta a Estados Unidos, su fama se había ido al garete. Tuvo que ganarse la vida haciendo maquetas y nunca recuperaría la importancia que en su momento alcanzó. Solo un puñado de seguidores continuaron admirándole, entre ellos George Di Caprio, su vecino, el padre del famoso actor.

Soflamas contra los judíos

El artista jamás volvió a lanzar soflamas contra los judíos ni a meterse en jardines políticos. Tampoco restableció la fama de la que había disfrutado en su juventud. Alejado de los focos, dedicó años a construir extrañas teorías pseudocientíficas. Szu, en definitiva, cambió. ¿Podemos resolver que a mejor o a peor? Su espíritu artístico siguió vivo, pero apenas lo pudo ejercitar. Perdió la vitalidad de la juventud a cambio de una madurez tranquila y sensata. No sé si salió ganando o perdiendo. Si para el mundo artístico el cambio mereció la pena. ¿Calló por conveniencia o porque realmente se dio cuenta de que había errado? ¿El brillo y la fuerza de sus esculturas bebían de esos pensamientos radicales o era al contrario? Nunca sabremos la respuesta. Nos ha quedado su legado artístico, no completo como ya he dicho, pero sí impactante y estremecedor, que es, nunca olvidemos esto, el objetivo que debe alcanzar toda obra de arte.

A veces, es mejor no conocer al artista y limitarse a apreciar su obra. Otras, saber de su vida es toda una lección.

Editor de La Pajarita Roja