Qué ver

Con las plataformas de ‘streaming’ actuales, las posibilidades de elección se han vuelto gigantescas

Carlos Tosca

Carlos Tosca

Qué vemos en la tele? Con las plataformas de streaming que han surgido en los últimos años, las posibilidades de elección se han vuelto gigantescas, a veces llegan incluso al absurdo. Esto provoca ansiedad en el momento de escoger qué ver y, claro, qué descartar. Si la elección toca gestionarla en pareja, como en mi caso, se complica al buscar satisfacer a dos personas y no solo a una. Nada más lejos de la realidad.

Los fines de semana de madrugada he instaurado un ritual: ver una película o una serie yo solo, sin tener que consensuarla con nadie. Pensaba que resultaría más fácil que decidir en compañía. Me equivocaba de plano. Surgen dos cuestiones que no me había planteado. La primera: encuentro muchas pelis interesantes, pero que también a ella sé que le gustaría ver y, por tanto, las guardo para verlas acompañado y así poder comentarlas y confrontar puntos de vista. Pero luego, cuando estamos juntos, da la impresión de que las muy puñeteras se escondan y no doy con ellas. El segundo problema es que en pareja siempre uno cede rápido --y no, no siempre soy yo-- porque el tiempo nos aprieta a todos y nadie quiere pasarse una hora tomando una decisión. La cuestión es que cuando estoy solo me importa menos desperdiciar un buen rato escogiendo empezar algo que no termina de convencerme. De hecho, lo que más me molesta es parar la película al poco de empezarla. Por eso, el momento de la elección en solitario se alarga hasta límites insospechados, y la indecisión resulta peor que decidir en compañía de ella.

Exceso de oferta

Ansiedad por abundancia. Qué triste si lo miramos objetivamente. Se parece a los problemas de obesidad del primer mundo confrontados al hambre de las zonas subdesarrolladas. Una triste ironía.

En mi infancia había dos canales de televisión, y La 2, que entonces se llamaba TVE2, no iba siempre o su contenido era demasiado estrafalario.

Desde hace años no vemos tele convencional en mi casa. Mi hijo, de siete años, apenas conoce los canales infantiles. Solo en casa de los abuelos se los han puesto alguna vez. Los tiempos han cambiado bastante en este aspecto. Incluso vemos más contenido de Youtube que de televisión en abierto.

Ahora el problema ha girado hacia el exceso de oferta. Eso pasa también con los libros. Se publican unos noventa mil al año --no exagero, exactamente 92.700 en 2022; no andará muy lejos la cifra del año pasado--. Las estadísticas de películas y, sobre todo, de series deben ser también abrumadoras. En Youtube se suben unas trescientas horas de vídeo… ¡cada minuto! En Twich… Bueno, da igual; supongo que se han hecho a la idea.

Todo esto se junta con la cada vez menor disponibilidad de tiempo libre. La demanda se vuelve más baja mientras que la oferta, por el contrario, aumenta vertiginosamente. No soy un experto en economía, pero está claro que el valor --y el precio, supongo-- del producto de entretenimiento ha sufrido una clara devaluación.

Contenidos de calidad

¿Es verdad que tantas posibilidades de entretenimiento inciden negativamente en la calidad? Diría que no. Se siguen escribiendo novelas geniales (Permafrost, Eva Baltasar), hay películas magníficas (Langosta, Lánthimos) y series brillantes (Thenightof). ¿Cuál es el problema? Que las buenas quedan enterradas entre montones cada vez mayores de basura, de banalidades. Nos resulta más difícil apartarnos de lo corriente, del camino general, de lo fácil. De mirar o de leer lo que está de moda, de hacer lo mismo que los demás. Las películas de superhéroes, StarWars, Harry Potter, las novelas de crímenes.

En definitiva, todo esto nos lleva también a aborregarnos.

*Editor de La Pajarita Roja

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