Las tres vidas de ‘la Pastora’, el último maquis de Castellón

Su sobrina narra su difícil historia en un libro debido a su intersexualidad

Florencio Pla Meseguer, a la izquierda; a la derecha, cuando todavía utilizaba el nombre de Teresa.

Florencio Pla Meseguer, a la izquierda; a la derecha, cuando todavía utilizaba el nombre de Teresa. / Mediterráneo

Carla Melchor

«Había escuchado muy poco sobre el hermano de mi abuela. Sabía que era maquis. Tras la publicación del primer libro sobre él, plagado de mentiras, decidí que tenía que conocer la historia de este familiar. La sorpresa vino después, porque nunca me hubiese imaginado nada de lo que encontré». Habla Elena Solanas, sobrina de una de las figuras más conocidas de la represión franquista en la Comunitat Valenciana y, a la vez, la más difamada, por escritores, periodistas de la época y autoridades franquistas.

Ahora, su sobrina publica Florencio Pla ‘la Pastora’. La dignitat robada (Sembra Llibres), que ha sido presentado en el centre Octubre de València. Florencio Pla Meseguer, conocido como La Pastora, es considerado el último maquis valenciano. Antes de unirse a los guerrilleros que resistían el régimen fascista en el monte era Teresa. Cuando dio el paso a la guerrilla se hizo llamar Durruti y, después, Florencio. Su intersexualidad, que tiene que ver con el desarrollo atípico de los genitales, hizo que le asignaran erróneamente el género femenino al nacer. Decidió tomar una nueva identidad a la vez que se integraba en la resistencia. 

Sobre él circularon infinidad de historias. «Decían que las hermanas le pegaban, que la madre le ordenó ser pastor a los 7 años para que no le matasen y que cuando salió de la cárcel se fue a vivir con Vinuesa --un funcionario de prisiones-- porque la familia no quería saber nada de él», narra la sobrina de Florencio. Su vida inspiró historias de miedo para niños y su vinculación al género femenino hizo que, como toda mujer, viviera el machismo más cruel. «Viva la Guardia Civil, que ha atrapado a la Pastora, mujer de bajos instintos, fea, mala y pecadora», cantaban en la zona de Tortosa y Els Ports. Entonces, Florencio encarnaba todos los males de la España que se había dejado atrás: rojo, guerrillero y con una aparente ambigüedad sexual, vista por el sistema imperante como «contra natura». 

Represión

«La familia ha estado preocupada por él y hemos sufrido la represión», explica Elena, ya que su abuela, hermana de Florencio, fue a la cárcel con su marido acusados de ayudar a los guerrilleros. «Antes no se hablaba nada sobre la represión o la guerra civil. De pequeña preguntaba mucho a mi abuela, pero nunca quiso decirme nada. Era callada y temerosa. Mi madre ha ido abriéndose poco a poco, al igual que mi tía abuela, la otra hermana de Florencio», comenta. Elena comenzó su particular investigación en 2004, hace 19 años. Se encontró muchas puertas cerradas, pero otros le tendieron la mano, como el historiador Raúl González Devís y los vecinos de la Vallibona, donde nació Florencio. «La primera vez que fui no sabía si me iban a recibir. Ahora, son parte de mi familia», apunta agradecida. 

«En 2004 era muy complicado encontrar información. Mi trabajo ha sido picar piedra. Me he encontrado con mucho silencio y mucho miedo, sobre todo en la zona del Maestrat. Todavía hay gente que me dice: ‘¿Qué estás haciendo?’. Las verdaderas víctimas de la represión fueron los campesinos». 

Las investigaciones de Elena Solanas y de historiadores como Raúl González han arrojado luz a la vida de Florencio Pla. Después de dedicarse al pastoreo, entró a trabajar en masías del Maestrat, desde donde ayudó a los guerrilleros. Hasta que un maqui al que conocía le comunicó que estaba en el radar de los guardias. Se refugió en una masía, en la que entró como Teresa y salió como Durruti, el apodo que eligió. Elena conoció a la mujer que le cortó el pelo ese día, Cinta Solà, que entonces contaba con 19 años. «Era el apoyo que tenían los maquis en la Sénia. Ahora tiene 94 años y reside en Francia», dice.  

Se fue a Andorra

Durante sus años de guerrillero, Florencio recorrió comarcas valencianas como Els Ports, el Maestrat, el Alto Palancia y hasta el Camp de Túria. Desertó a causa de la precariedad y la pérdida de compañeros. Se marchó a Andorra, donde fue arrestado en 1960 tras la denuncia de un hombre que le debía dinero. Cumplió condena en València. Forjó amistad con el funcionario de prisiones Marino Vinuesa, con quien se fue a vivir a Olocau hasta su muerte en 2004, justo el año en el que Elena comenzó su investigación.

«Nos hicieron creer que había muerto en 1992. Nos lo dijo una mujer que hacía de contacto. Fueron a preguntarle dos veces, en los 80 y en los 90. Sabían que estaba en Olocau. La primera vez nos dijo de su parte que estaba bien, que no lo buscásemos por toda la represión que sabía que habíamos sufrido», apunta. «Después de la muerte de mi abuela, mi madre volvió a preguntar y nos dijo que estaba muerto. No sabré nunca los intereses que había detrás de esa mentira. Sentí que me lo habían robado», dice resignada ante el misterio que rodea la vida de su tío.