Una maestra: «Un colegio rural es una familia y somos claves porque cada vez hay menos niños»

Hay 14 escuelas de este tipo en Castellón que garantizan el derecho a la educación

Todos los cursos de Primaria van juntos y el número de maestros ronda los cinco

Bou, en un aula del colegio de Costur.

Bou, en un aula del colegio de Costur. / MEDITERRÁNEO

Pablo Ramón Ochoa

La directora del Col·legi Públic de Costur, María Teresa Bou, explica a Mediterráneo que «al principio, siempre hay dudas». Trabajar en un colegio rural «da respeto», incide Bou, quien lleva desde 1997 en el municipio de l’Alcalaten. En la escuela solo hay dos maestras fijas --Bou es una de ellas--, mientras que las otras tres son interinas.

«Si alguien se pone mala o no puede venir, estamos en cuadro». Pero Bou dice que no cambia la experiencia de un colegio rural por nada. «Cuando se van al instituto es como si soltaras a tus hijos, es una relación muy diferente con los alumnos respecto a la que hay en una ciudad», afirma la maestra, que es tutora de Educación Infantil. De entrada, todos los cursos de Primaria están juntos en clase, y los de los cursos de Infantil, otro tanto de lo mismo. «Somos como una familia», resume. En el total de la provincia de Castellón, hay 14 de estos colegios.

Se trata de un modelo de aprendizaje mucho más individualizado que el común. «Cuando un niño tiene una pequeña dificultad, en una escuela normal no la notaríamos, pero aquí sí», expresa Bou. Y, por otro lado, se trata de colegios fundamentales para el sistema educativo. Sin el servicio público del centro, tendrían que desplazarse muchos más kilómetros para ir al cole. «Es vital para esta zona porque cada vez hay menos niños», incide Bou, toda una veterana que ya ha hecho el camino de otra compañera que, este mismo año, ha descubierto el mundo de los colegios rurales.

Un curioso retorno al pueblo

Alba Martínez recibió a principios de mes la confirmación por parte de la Conselleria de Educación de que le habían adjudicado plaza como maestra para este presente curso. Es posible que cualquier otra maestra que no hubiese sido ella hubiese hecho clic en el correo informativo, se hubiera llevado un chasco en sus expectativas:_«Se le ha concedido plaza como sustituta en el colegio rural de Tales, provincia de Castellón».

El Col·legi Rural Agrupat (CRA) Espadà-Millars situado en Tales, también atiende a los niños de Suera, Fanzara y Ludiente. Este año, en Tales empezaron el curso cojos por una sustitución no cubierta. El alumnado del CRA empezó sin certeza sobre su maestra de Inglés y Educación Plástica.

«Entre los aspirantes a maestro, está instalado el pensamiento de que no gusta ir a trabajar a los CRA», cuenta a este diario Alba, natural de la Vall d’Uixó. El otro día, cuando Alba hizo clic en ese correo, empezó a saltar de alegría. Ese pueblo de la ‘Castellón vacía’ es el pueblo al que sube todos los veranos desde que es pequeña por ser el de procedencia de parte de su familia. Frente al CRA que ahora tiene como destino profesional ha estado centenares de veces en las Fiestas Patronales de la localidad, justo por estas fechas.

«¡En casa fue una fiesta cuando vi que me habían dado Tales! Mucha gente es reacia porque los CRA son diferentes, pero ya en los primeros días que he ido, estoy muy contenta de lo que estoy viviendo», afirma la nueva maestra del CRA de Tales.

La suya es la historia de conexión con una raíz que estaba en riesgo de quedar cortada, la materialización del sueño de mantener vivos los pueblos de los ancestros. La parte despoblada de Castellón late un poquitín más fuerte este mes. «A mí no me importa desplazarme a Tales, y si me toca desplazarme también a otros de los pueblos, tampoco me importaría. Lo que estoy viendo es que en un colegio rural queda todo como muy en familia», considera Alba.

Un modelo distinto

«Familia» es la palabra que parece contenerlo todo en el mundo de los colegios rurales, como dicen tanto Bou como Alba Martínez. Son centros donde rara vez se supera la veintena de alumnos entre Infantil y Primaria. En Tales hay cinco tutores y dos maestros de Infantil —aparte de los especialistas, compartidos con otros centros—. «Como mucho, en clase tengo a quince niños», dice Alba.

Puede parecer un lío tener que educar a un niño de seis años al mismo tiempo y en el mismo espacio que a uno de doce años, pero Alba dice estar acostumbrada por otras experiencias dando clases. «Aunque es un poco difícil de programar», reconoce.

«Todavía llevo pocos días y no he podido trabajar en otros coles, pero estoy muy a gusto y me está gustando mucho esta experiencia en un CRA», dice la vallera cuando se le pregunta si se ve con plaza definitiva en Tales en un futuro. 

Menos problemas para cubrir plazas

Según Teresa Bou, de un tiempo a esta parte el aire está empezando a soplar a favor de los colegios rurales en cuanto a profesorado se refiere. «Ahora ya llevamos unos cuantos años en los que se están cubriendo todas las plazas, la gente joven tiene ganas de trabajar y de consolidar su plaza», afirma al respecto la directora de la escuela de Costur.

La desestigmatización de la escuela rural, considera Bou, viene en parte por el mayor conocimiento de cómo funcionan los centros. «Yo estoy muy contenta por el hecho de que ahora en el primer curso que hacen prácticas pasan por las escuelas rurales, ven cómo trabajamos aquí y se les quita esa especie de miedo. Saben como somos y ven que la relación entre compañeros es muy estrecha», destaca Bou.

La difícil cobertura de las plazas de interino siempre será un problema, puesto que las de los CRA suelen quedar por debajo en las listas respecto a los centros de las ciudades, la mayor parte de ellos más cotizados. Los ‘pros’ de estar en un entorno urbano son evidentes: más facilidades de transportes —pues la mayoría de los aspirantes viven en ciudades o municipios grandes— y menos necesidad de adaptación a un modelo diferente de educación. 

«Pero cuando vienen —afirma Bou— y al final les toca el turno de irse a otro destino, mucha gente se queda con ganas de repetir, y estoy segura de que si pudieran, volverían».

Para Alba, lo mejor del colegio rural es la «libertad que da para conectar con los alumnos muy pronto». «En un colegio de ciudad, eso me costaría más», incide Alba, quien subraya el menor número de alumnos en clase. Y es que incluso contando todos los alumnos del centro, estos pueden llegar a ser menos que los que permite la ratio de una sola clase en una ciudad.