Se jubila en la Vall el barquero más veterano de les Coves de Sant Josep

Pepe Grajales deja su trabajo después de 46 años de servicio y se ha ganado por méritos propios el reconocimiento tras tanta entrega

Pepe Grajales se ha jubilado después de 46 años como barquero en la Vall.

Pepe Grajales se ha jubilado después de 46 años como barquero en la Vall. / Mònica Mira

Aprendió el oficio de Francisco, su padre, igual que a este le enseñó el tío Luis, el primer barquero de les Coves de Sant Josep de la Vall, un hombre que vivía en la ermita de la Sagrada Familia, ubicada a algunos metros sobre la gruta.

Pepe Grajales sonríe al decir que entonces, hace casi medio siglo, «no se convocaban bolsas como ahora, el oficio se lo enseñaban los padres a los hijos», que se convertían en herederos de un trabajo que ha cambiado poco en lo esencial. Su recuerdo forma parte de su historia personal, pero también de las grutas, de las que se ha despedido tras 46 años llevando a los turistas de visita.

A Pepe le ha llegado el momento del merecido descanso. Hace pocos días hizo su último trayecto surcando el río subterráneo y relatando a sus pasajeros los detalles más relevantes de esa experiencia subterráneo que él ha vivido tantas veces que resulta imposible contabilizarlas.

Para su veterana visión, en esencia, «la cueva es la misma», aunque ha sido testigo del cambio de las barcas («ahora son de fibra, pero antes eran de madera») y también de la iluminación («hace que todo sea mucho más bonito, los rincones que antes no se veían, ahora se aprecian muy bien»), pero sobre todo, remarca que «se ve todo el río, lo que es el agua», posiblemente la mejor evolución de cuantas ha experimentado la que ha sido su segunda casa durante tantas y tantas horas de trabajo.

Pepe Grajales se ha ganado un merecido descando.

Pepe Grajales se ha ganado un merecido descanso. / Mònica Mira

Gran profesional y mejor persona

Pepe es una persona muy querida, por sus compañeros, tanto los más jóvenes como los que llevan tiempo perchando junto a él, y sus superiores, los políticos. Al pedirles que resuman en pocas palabras quién es, coinciden en lo mismo: una buena persona. Y un profesional comprometido.

Aprendió el oficio de su padre y ha sido maestro para muchos jóvenes barqueros, además de ejemplo de compromiso

Para Pepe Grajales ese es el principal valor por el que debe distinguirse un barquero, «la profesionalidad». Repite una obviedad: «El barquero es alguien fundamental en les Coves». Defiende la convicción de que entre sus obligaciones está lograr «que la gente salga contenta y con una buena impresión, que tengan un viaje agradable», porque, en buena medida, el recuerdo de esta experiencia dependerá de la conexión con su guía en la barca.

Un mismo día pueden entrar más de 1.000 personas en el río subterráneo. Mucha gente que requiere de estos trabajadores «tener mucha psicología, paciencia» y, como insiste en señalar Pepe, «mucha consciencia de la responsabilidad» que tienen: «Todos somos personas y podemos tener nuestros días malos, pero siempre debemos responder con amabilidad, porque nuestro trabajo es cara al público».

Un adiós lleno de nostalgia

Es inevitable echar la vista atrás cuando se cierra una etapa, y la de Pepe Grajales en les Coves ha sido dilatada. Casi cincuenta años de oficio que han llegado a su fin. En su último día confesó estar «un poco nervioso», aunque también que lo vivía «con alegría». Seguramente porque se lleva a casa la satisfacción del trabajo bien hecho.

Guarda un anecdotario lleno de momentos inolvidables, como cuando hace muchos años a una mujer que iba en su barca «se le enganchó un murciélago en el pelo. Era algo muy raro, pero pasó», indica. El impacto inicial fue inevitable, especialmente para la víctima, pero «todo acabó entre risas».

Lo más común, comenta, han sido los golpes en la cabeza con las rocas. En algunos puntos el paso por los sifones se estrecha. Los barqueros son muy insistentes a la hora de pedir que los pasajeros no saquen los brazos de la barca, que miren siempre al frente y que se agachen cuando es necesario, pero no siempre atienden a esas indicaciones y, en ese caso, uno puede salir con un buen chichón de recuerdo.

Otra vez, «a una mujer se le enganchó el tacón donde se apoya el pie para entrar en la barca y estuvo a punto de caer de cabeza al agua», comenta como anécdota. No sucedió, pero ese momento se ha quedado grabado en la memoria de un hombre que se prejubila porque ya ha «cumplido, son muchos años» muy bien vividos. Pepe Grajales forma parte de esa generación de pioneros que contribuyeron a hacer de les Coves de Sant Josep lo que son hoy en día, el segundo destino turístico de Castellón. La segunda casa de Pepe.