Se temía a Fukushima y el peligro llega de Wuhan. Japón hubo de tranquilizar al mundo sobre la radioactividad para ganarse los Juegos Olímpicos de este verano y ahora mira con aprensión al coronavirus. Faltan seis meses para que prenda el pebetero, pero inquietan las concentraciones de miles de espectadores en estadios, los 11.000 atletas apretados en la villa olímpica y el aluvión de visitantes en la mayor urbe del mundo. No son las aglomeraciones el mejor camino para defenderse de un virus con facilidad de contagio.

«Estamos extremadamente preocupados porque la propagación del virus podría rebajar el entusiasmo por los Juegos; esperamos que sea erradicado pronto», ha admitido esta semana Toshiro Muto, presidente del comité organizador. «Es importante no perder la perspectiva ni la cabeza fría, no queremos alarmar al público», ha añadido. Preocupa el entusiasmo, que no los Juegos. Su cancelación no se contempla, dicen las fuentes oficiales. El primer ministro, Shinzo Abe, confirmó en el Parlamento que los JJOO siguen su calendario previsto y que nadie ha sugerido lo contrario. Desde Tokio se subrayan los esfuerzos por blindarse del virus. El Gobierno ha desaconsejado viajar a China, repatriado a los japoneses en la provincia de Hubei y animado a sus científicos a hallar la vacuna.