VIVIR ES SER OTRO

Nostalgias navideñas

Carlos Tosca

Carlos Tosca

El otro día fuimos a Vilafranca para presentar un libro, el poemario de Ruth Sancho. Llegamos a las siete de la tarde. Diciembre. Oscuridad y un frío seco de cinco grados. Olor a chimenea, a leña quemándose. Un olor atávico que nos conecta con las entrañas de nuestro ser, hasta nuestro fundamento emergido allá en la cueva ancestral.

En la casa de mis abuelos, allí en ese pueblo, se fijaron los primeros recuerdos de mi vida. Un gato que me araña y me llena de sangre. Un mulo sobre el que se me inmortaliza con una foto a los dos años y que ahora me sirve de avatar en internet. Mi abuelo agarra las riendas al tiempo que me protege y yo miro a la cámara circunspecto, serio, como si ya entonces supiera que esa imagen será importante en mi vida.

Reconocí gente con la que pasé algunas noches de juventud. Aquel Carlos que no soy yo y que, sin embargo, forma mi esencia y es el hilo del que tirar para comprender en quién me he vuelto. Reconocí gente, digo, y tal vez no me reconozca yo mismo. El pasado como espejo con un reflejo extraño. Deformado, transparente, oscurecido. Hasta opaco a veces.

Mirar atrás, sin volverse del todo, mientras se camina, puede conducirnos a la tristeza. Lo perdido y aquello que anhelábamos y nunca conseguimos alcanzar. Bajarse del sendero a los márgenes y perderse en el campo. A veces así nos trata la vida; así tratamos a la vida.

Mirar hacia delante

Comienza un año nuevo y da la impresión de que se nos empuja a mirar hacia delante. Tengo, tenemos en mi casa, muchos proyectos ilusionantes. Ganas de abordar el presente. Solo hace falta mirar a los ojos limpios de mi hijo de seis años para ver reflejado todo un universo de dichas y aventuras. Justo por eso, quizá, me da por mirar atrás. Sin nostalgias, como quien contempla los fotogramas de una película medio quemada, medio incomprensible porque, incapaz de entender sus formas y su fondo, se nota ajeno a su realización. Diría que se siente más el productor que el director. Más un personaje secundario que el protagonista. Hasta el idioma en que se habla se ha vuelto extranjero.

Y justo por eso, esa narrativa de nosotros mismos se vuelve interesante. También frágil: da la impresión de que si recuperamos ciertos recuerdos los vamos a distorsionar. Física cuántica. Al observar el fenómeno manipulamos el resultado.

Ahora que se acaban las fiestas, cuando los turrones y las comilonas se aferran a nuestra cintura, me sobrevuelan las nostalgias. Caramba, me digo inquieto. No sé si tendrá relación una cosa con la otra. Padezco por mi estado de ánimo al regresar a la normalidad. La vuelta al colegio del niño, el regreso a las rutinas. He pasado unas semanas pensando que cada minuto de trabajo era un extra, que lo hacía porque me daba la gana y quería regalárselo al jefe, es decir, a mí mismo. A partir del lunes será una obligación. Vuelta a los horarios fijos, a las pautas. A quedar atados a las manecillas del reloj y a los ciclos, propios y ajenos.

Días extraños

Pero vienen bien estos días extraños. Haberlos vivido con ese pequeño viaje a la Vilafranca de mis ancestros le ha dado un tono extraño a las festividades. Extraño y bello. Es una época propicia a ello. Quizá un poco deprimente. En cada mesa, en mitad de las celebraciones, alguien se da cuenta de los que faltan. Porque siempre falta alguien.

Ahora toca dejar de mirar atrás. Tenemos por delante un año recién estrenado. Volveré, volveremos a Vilafranca. Seguro. Volveremos cuando ya no haga tanto frío y la luz inunde aquellas montañas.

Editor de La Pajarita Roja

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