EL ASESINO EN SERIE DE CASTELLÓN, A DÍAS DE LA LIBERTAD

Joaquín Ferrándiz: El criminal desenmascarado

El cadáver de Sonia Rubio apareció en noviembre de 1995, treinta y tres meses después detuvieron a su asesino, un tiempo en el que la investigación descubrió al verdadero personaje tras el disfraz de ‘normalidad’

JFV fue detenido en septiembre de 1998.

JFV fue detenido en septiembre de 1998. / MEDITERRÁNEO

Un cadáver forzado y abandonado es demasiado para cualquiera y en cualquier circunstancia. Descubrir que una persona ha muerto de forma violenta y ha sido desechada como un objeto inservible duele, indigna, atemoriza. Cuando de uno pasan a ser tres, la inquietud se eleva y la preocupación se convierte en urgencia. Que cinco mujeres aparezcan mancilladas y asesinadas en una provincia como Castellón es apabullante y con esa alarma trabajaron, sin duda, los servicios de investigación de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, porque uno o varios asesinos andaban sueltos a finales de los 90 por los alrededores de la capital de la Plana y como siempre suele suceder, acechaban a las presas más fáciles, mujeres solas que en manos del depredador son menos que nada

El plural inicial no lo fue y, de buen seguro, más tarde de lo que habrían deseado pero en el momento preciso, cuando pudieron probar sin grietas su responsabilidad, los guardias civiles que se hicieron cargo del caso de las mujeres asesinadas en la provincia con demasiados indicios en común, pusieron nombre al ejecutor de sus muertes, JFV. Siguieron las pistas, ataron los cabos y lo llevaron ante la Justicia devolviendo la paz a una provincia convulsionada, porque nunca antes había albergado en su seno a un asesino en serie.

Arranca la investigación

La desaparición y posterior hallazgo del cuerpo de Sonia Rubio, (julio y noviembre de 1995 respectivamente) supuso, según las autoridades, el principio del fin para el asesino y activó la contrareloj a la que se autosometieron los investigadores y que finalizó el 9 de septiembre de 1998, cuando identificaron y detuvieron a su asesino y el de Natalia, Francisca y Mercedes --como relacionaron por primera vez en febrero del 1996--, y el de Amelia Sandra, a la que hizo desaparecer en el mes de septiembre de 1996 y cuyo cadáver no fue encontrado hasta febrero del 97.

Visto así en perspectiva, son muchos meses. Muchos días de interrogantes abiertos, de temor por lo que pueda pasar a continuación, de una pesada carga sobre los hombros de quienes tenían en sus manos la responsabilidad de resolver tamaña maleficencia, que tenían en su contra a la mejor cómplice de cualquier homicida, la impunidad de no dejar testigos ni conexiones. Porque para él, sus víctimas solo fueron una terrible casualidad para dar satisfacción a su desahogo. Lo dijo en su momento el subteniente de la Guardia Civil de Castellón que llevó el caso de JFV, Tomás Calviño: «Sentía paz cuando estrangulaba a sus víctimas».

El entonces subdelegado del Gobierno, Vicente Sánchez Peral, tras su detención, definió el trabajo de los investigadores como «laborioso y continuado»

Pero los investigadores también tenían un aliado muy valioso, su empeño por desenmascararlo. El día de su detención, el entonces subdelegado del Gobierno, Vicente Sánchez Peral, definió ese trabajo como «laborioso y continuado». Detalló que la conclusión de sus pesquisas se debió al análisis de diferentes hipótesis y el estudio «de los círculos sociales con los que se relacionaba la víctima (en referencia a Sonia Rubio) y extendiéndose a hechos delictivos de características similares».

El peso de los antecedentes

Su pasado jugó en contra de JFV, porque la sombra delictiva de sus antecedentes fueron indicios de peso. Su paso por prisión en 1990 por violar el año anterior a una joven llevó a los agentes a no perderle el rastro.

Entre febrero y mayo de 1998 fracasó en su pretensión de asaltar a dos mujeres más y su declaración precipitó la detención

El vuelco necesario se produjo entre febrero y mayo de 1998 cuando fracasó en su pretensión de asaltar a dos mujeres más. Ambas tuvieron a la suerte o al destino de su parte. La descripción que dieron de su agresor fue el espaldarazo que necesitaba la Guardia Civil para obtener la orden de registro de la vivienda de su principal sospechoso. Una navaja y una cinta adhesiva declararon alto y claro contra él.

El subteniente Tomás Calviño lo describió como «un joven normal y corriente, sin ningún tipo de problema y un hijo ejemplar». Por fortuna, las pruebas no se fían de las apariencias y los investigadores las tenían a buen recaudo. En los primeros interrogatorios solo confesó violaciones. Acabó reconociendo su autoría criminal. El siguiente episodio en su sobrecogedora trayectoria dolosa lo escribiría ante un tribunal que iba a dirimir su culpabilidad con tan macabro bagaje a sus espaldas