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EL PEOR INCENDIO FORESTAL DEL VERANO

Horas de angustia e incertidumbre entre los vecinos de Azuébar

A las tres de la mañana llegó a Soneja el aviso de que el desalojo de Azuébar estaba en marcha y cientos de vecinos fueron acogidos

Horas de angustia e incertidumbre entre los vecinos de AzuébarMÒNICA MIRA

Azuébar era ayer un pueblo desierto, tomado por los servicios de emergencias y extinción de incendios. Los sonidos que podían escucharse no tenían nada que ver con una mañana de agosto cualquiera en esta población del Alto Palancia: el rugido de los motores de camiones de bomberos y Unidad Militar de Emergencias (UME), el de los medios aéreos sobrevolando sin pausa el término municipal y la mayor parte del tiempo un silencio estremecedor amenizado por el estridente canto de las chicharras tan propio de los días calurosos e incluso el crepitar de la vegetación pasto de las llamas.

La vida que caracteriza a este pueblo se concentró en los locales cedidos por los ayuntamientos de Soneja y Sot de Ferrer, que ejercieron esa solidaridad que siempre aparece cuando las circunstancias lo requieren.

Contaba ayer Concha Soriano, teniente de alcalde de Soneja, que la paz nocturna se vio interrumpida sobre las tres de la madrugada, cuando llegaron los primeros avisos de evacuación. «Antes de que empezara a llegar la gente ya teníamos voluntarios dispuestos a ayudar a preparar el local» sin saber cuánta gente iban a acoger ni por cuánto tiempo. «Desde el minuto uno la gente se ha ofrecido» y los desplazados lo han agradecido.

Celia Navarrete, vecina de Azuébar, asegura que la mayoría sabía que la evacuación era una posibilidad desde el momento en que el incendio empezó a cobrar magnitud. Su mayor preocupación en esos minutos de nerviosismo e incertidumbre era «en las casas donde hay gente mayor, cómo movilizarla».

Celia Miravete y Montse Gómez durante las largas horas de espera hasta que les han permitido volver a casa.

Horas después del temido traslado, Celia destacaba que les han «atendido muy bien», pero ningún esfuerzo podía evitar que la espera se hiciera «muy larga y muy triste», incluso sabiendo que las viviendas no habían estado en riesgo inminente en ningún momento, gracias a la incesante y ardua labor de bomberos, la UME y el resto de personal y medios de emergencias.

Su amiga Montse Gómez compartió ayer, durante las interminables horas de espera, que «lo peor» era no saber cuándo iban «a poder volver a casa», porque reconoció que en cuanto a la evolución del incendio, estaba relativamente tranquila, «el pueblo está bien, dentro de lo malo», aseguró.

Celia Navarrete comentó al mediodía que estaban recibiendo puntualmente noticias de las tareas de extinción porque la alcaldesa les iba «informando por whatsapp», aunque otros vecinos aseguraban, al mismo tiempo, no saber cómo iban las cosas.

Cercanía de las llamas

Entre ellos se encontraba un hombre que, con el hastío propio de quien lleva horas en un mismo espacio, ajeno, y lejos de su entorno natural, aseguró que Azuébar, desde que él recuerda, «ha sufrido hasta dos incendios más graves que este» y nunca les habían «evacuado». Especulaba con que la razón de esta decisión era por el humo, aunque lo cierto es que, al acercarse a la localidad, no cuesta reconocer que el fuego estuvo muy cerca, demasiado.

Los evacuados pasaron más de 15 horas en instalaciones municipales, como las de Soneja.

Como coincidieron en admitir otros desalojados, un joven que compartía mesa con el mencionado vecino aseguró que horas después su estado tiene que ver más «con el cansancio» que con la preocupación por lo que pueda pasar con sus viviendas. Y es que muy pocos han sido capaces de conciliar el sueño, a pesar de que en Soneja pusieron a su disposición colchonetas y colchones para que se sintieran lo más cómodos posibles, dentro de las circunstancias.

Por su bienestar, y por cubrir sus necesidades básicas durante el pesado compás de espera, decenas de vecinos de Soneja se coordinaron para que no faltara de nada.

La teniente de alcalde destacó en especial la implicación de la asociación de amas de casa y de otros voluntarios que, a pesar del sofocante calor, dedicaron todo su tiempo a responder a la emergencia ofreciendo sus manos.

Entre quienes quebraron sus rutinas sin pensarlo, según Concha Soriano, estuvieron los responsables y empleados del supermercado que se encuentra justo al lago del local multiusos, donde los vecinos de Azuébar estaban acogidos. «Han abierto expresamente para facilitar la logística», incidió. Y es que, «lo primero era tener lo mínimo indispensable».

Con el amanecer, prepararon los desayunos, sin saber exactamente a cuánta gente estaban atendiendo. Y poco después, en respuesta a las noticias que llegaban desde el incendio, no tardaron en planificar la comida, asumiendo la evidencia de que no había plazos ni horas límite.

Soriano incidió en que «el alcalde no ha dejado de llamar preocupándose por la situación, porque él ha estado en todo momento en el lugar del incendio», que también afecta a su término.

La concejala de Soneja resaltó otro hecho. Entre quienes se ofrecían a ayudar no solo estaban los vecinos de su pueblo. «No ha dejado de llegar gente de Azuébar interesándose por cómo podían echar una mano», conscientes de que en situaciones excepcionales toda colaboración es poca y preciada.

Personal exhausto

Y mientras los vecinos esperaban con cierta desesperación por momentos, a pocos metros de su pueblo, decenas de personas centraban todos sus esfuerzos en dar solución a la razón de su desalojo para facilitar su vuelta a casa.

El municipio quedó completamente vacío después de la evacuación.

La Guardia Civil cortaba a la circulación la carretera principal de acceso a Azuébar desde Soneja, un vial desierto salvo por el paso incesante de camiones de bomberos y de la UME, ambulancias y vehículos patrulla de la Policía Autonómica o la Benemérita. La envergadura del dispositivo movilizado no solo se intuía por el paso continuado de helicópteros y aviones, sino porque los vehículos militares tomaban el párking del Hotel Espadán, desde donde durante todo el día las columnas de humo diseminadas evidenciaban que quedaba mucho por hacer.

En el parque de la entrada principal, los efectivos exhaustos, por el calor y el esfuerzo que requiere el control del fuego, tomándose un respiro, y quienes coordinan la participación de los medios movilizados eran toda la población a la vista.

Una fina capa de ceniza cubría mobiliario, calles y vehículos en Azuébar.

Las calles, la terraza del bar aledaño a las piscinas, las aceras, los pocos vehículos estacionados, estaban cubiertos por una fina capa de ceniza, mientras que el paisaje marcaba un perfil calcinado preocupante, en el que, de vez en cuando, se divisaban nuevas columnas de humo. En un instante, las llamas. Mediterráneo fue testigo de cómo uno de estos focos, activado sobre el mediodía, fue cobrando fuerza de forma repentina dejando ver el fuego desde las primeras casas. En cuestión de minutos, un vehículo del Consorcio de Bomberos acudió a la zona, donde la cercanía amenazaba una vivienda situada en medio del monte. Muy poco después, el primer helicóptero realizaba la primera descarga de agua para atajar la expansión.

Así, Azuébar fue ayer el escenario del miedo y las graves implicaciones que pueden tener los incendios, y del gran esfuerzo que realizan quienes se juegan el tipo por extinguirlos.

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