La otra cara de las obras del tren a PortCastelló: «La incertidumbre de no saber qué va a pasar con mi casa no me deja dormir»

Nuria y sus dos hijos se ven prácticamente obligados a mudarse por la nueva vía

Nuria, en la valla que separa las obras, con parte de su casa metida en el espacio en el que se desarrollan las obras de la vía al puerto.

Nuria, en la valla que separa las obras, con parte de su casa metida en el espacio en el que se desarrollan las obras de la vía al puerto. / Gabriel Utiel

Pablo Ramón Ochoa

Cuando Nuria Viciano se levanta y sale a su porche para tomar el primer café del día, la recibe el polvo molesto que lo cubre todo, todos los días. A veces se encuentra a sí misma masticando ese polvo junto al trago de café. Frente a ella, al otro lado del muro de su jardín, ya está trabajando sin descanso una grúa que se levanta enorme, gigante. Esa es solo una de las máquinas de las adjudicatarias de ADIF para llevar a cabo una de las grandes obras de lo que va de siglo en Castellón, la vía ferroviaria hasta el puerto, una infraestructura largamente demandada por la industria castellonense.

Si bien es una victoria para muchos, es una historia en la que hay perdedores. Nuria es una de esos perdedores, porque para ella esa grúa no supone progreso, sino que más bien parece una soga. Incluso físicamente, por su aspecto, la máquina se asemeja a una soga. La cuerda, en este caso, es para la casa de Nuria: desaparecerá su vida, y la de sus hijos Iris (18) y Ares (11), tal y como la han conocido hasta ahora.

«La raya de las obras pasa justo por la mitad de la casa, quedaría un espacio reducido en el que no podríamos vivir», cuenta a Mediterráneo Nuria, que suma además una circunstancia que hace más difícil la vida tras las obras: su hijo pequeño, Ares, tiene una enfermedad rara, el síndrome de Aymé Grip, del cual lo tratan en el Hospital La Fe de València.

«Ya solo con las obras, a él le está desmontando toda la vida. Mi hijo, que además tiene autismo y trastornos obsesivos compulsivos, se puede poner como loco a gritar por las tardes porque las obras le causan mucho trastorno. Empiezan a las siete de la mañana y terminan a las siete de la tarde, a veces más tarde. La incertidumbre de no saber lo que va a pasar no me deja dormir y no paro de llorar», dice Nuria, desconsolada.

Un justiprecio poco justo

Tras las obras, el tren pasará por debajo, así que en teoría Nuria podría mantener la mitad de su terreno y reconstruir ahí, pero ello parece inviable. Habría que rehacer toda la estructura de la casa actual o levantar una nueva pegadita al terreno que le quedase. La mujer, quien trabaja como oficial de pintura desde hace poco gracias a un programa de ayuda para familias vulnerables del Ayuntamiento de Castelló, ha estado 20 años haciéndose la casa poco a poco. Es una parcela grande, de 1.000 m2, en el Grupo Roquetes. Después de la casa, que tiene 200 m2 hizo una piscina y una barbacoa.

Al nacer su hijo con una discapacidad, se esforzó por adaptarla a las necesidades del menor. Hay casas con jardín similares en portales inmobiliarios que se venden por cerca de 200.000 o 250.000 euros. Aunque Nuria no ha tasado su vivienda, lo que sí sabe es que el Estado le ofrece un justiprecio por la expropiación de la casa. La oferta es del valor catastral, que son unos 60.000 euros, más el 5%. O sea, que recibiría unos 63.000 euros. Con ese dinero, Nuria debería encontrar un piso para mudarse. «Quedarnos no es una posibilidad, porque tengo informes médicos que dicen que mi hijo no puede vivir cerca de ningún tren, ya que lleva implantes en los oídos que funcionan por impulso», dice Nuria al lado de su piscina, antes limpia y ahora, como todo, cubierta de una turbia capa de polvo.

La inmensa mayoría de los pisos que se pueden comprar hoy con 60.000 euros oscila entre los 80 y los 90 m2, lejos de la parcela de 1.000 m2 de su propiedad actual; y, ciertamente, sin el aire libre ni la paz de su propiedad actual.

Sin saber cuándo

«Yo me enteré de que la obra afectaba a mi casa por Mediterráneo. Cuando vi la lista de afectados no lo podía creer. Ni siquiera fueron capaces de mandar una carta certificada. Solo una vez me llamaron diciendo que estaban en la puerta para valorar la casa, pero yo estaba en La Fe con mi hijo. No me avisaron de que venían y no se han vuelto a poner en contacto conmigo desde entonces. Por supuesto que quiero emprender acciones legales contra Adif», dice Nuria. De momento, nadie le ha dicho cuándo invadirán su parcela las grandes máquinas.