Obituario

Paco Mariscal, un vecino ilustre del Riu Sec

Paco Mariscal.

Paco Mariscal. / Mediterráneo

R. D. M.

Paco Mariscal tenía muchas virtudes conseguidas con un denodado esfuerzo; muchas de sus múltiples facetas fueron cultivadas por sí mismo con un ahínco encomiable. Tuvo claro que, aunque tuviera que ejercer de albañil de joven, lo suyo era formarse. Tenía un apetito insaciable por la cultura y ello le llevó a estudiar tenazmente en horario nocturno en el Instituto Ribalta, mientras trabajaba en una fábrica durante el día. De Castellón se fue a Barcelona donde cursó los estudios de Filosofía y Letras. El inquieto Mariscal se acercaba además al Goethe Institut de la Ciudad Condal, donde comenzó a aprender el alemán, un idioma que le permitía además trabajar durante los veranos en tierras helvéticas. Una lengua, la germana, que domina toda su familia, su mujer, Carmen Vilar, y sus tres hijos, Helena, Francesc y Carme, la pequeña del clan.

Don de lenguas

Paco poseía un extraño don de lenguas. Hijo de padres andaluces, originarios de Prado del Rey, en la serranía gaditana, se expresaba en un valenciano impecable que aunaba lo popular y lo académico. Sus dos nietos, Justí y Mateu, ambos jugadores de hockey sobre hielo, hablan alemán y valenciano indistintamente. Su abuelo les enseñó a jugar al guiñote y a expresar sus emociones en el valenciano del Riu Sec; sobre todo, en verano y navidades cuando la visita al cerro del Tossal Gros era una cita ineludible y ansiada por ambos jóvenes que adoraban el carácter tierno, ilustrado, afectuoso, culto y simpático de su abuelo.

Arzobispo de Pamplona

Este singular hombre, que nos dejó ayer en acto de servicio, quería experimentar y contar en primera persona la consagración del nuevo arzobispo de Pamplona, un cura turolense afincado desde hacía años en la parroquia de San José Obrero de Castelló. Para redactar la correspondiente crónica se montó en un autobús fletado por reclusos (monseñor Roselló era hasta hace unos días capellán de la prisión provincial) y feligreses de dicha parroquia para escuchar el sermón de ese fraile mercedario. Mariscal era una máquina de contar historias y de recrearlas en la prensa diaria con columnas de opinión antológicas en las páginas de El País, del Levante y, desde hace años, desde sus tribunas en Mediterráneo. Muchos periodistas de Castellón nos hemos curtido a su regazo, con su reprimendas y su desbordante fantasía para bucear en el microcosmos de esta tierra que amaba con desmesura.

Enseñanza

Don Paco, como le llamaban sus alumnos, después de hacer la mili en la Marina consiguió plaza en el Instituto de Almassora, población a la que le acompañó su mujer Carme. Escribía indistintamente, con todos los matices y acentos, el valenciano de la Ribera de Cabanes, de Almassora, de l’Horta de València, del barrio de Benimaclet y de Vilafamés --último destino de su padre-- y de su querido Castelló, junto a la universal lengua de Cervantes. Este catedrático de Literatura tenía un don especial para narrar pequeñas historias y hacerlas crecer semanalmente en las páginas de este periódico. En Mediterráneo acostumbraba a escribir los jueves en la página tres y, para estar familiarizado con lo que cocía en la capital del Riu Sec, visionaba en streaming los plenos municipales. Todos le considerábamos un héroe masoquista, pero a él le gustaba acercarse a la realidad de primera mano. Posee una serie de cuentos sobre la Romeria a la Magdalena, uno por año, que haría bien en publicar el Ayuntamiento de Castelló.

Cine

Massamagrell y Pobla de Farnals, como director de Instituto, fueron sus últimos destinos antes de su jubilación. Previamente recicló a los profesores de español en Alemania, una actividad pionera a la que ahora desarrolla el Instituto Cervantes. Así, recorrió medio mundo. Ahora se dedicaba a cuidar su huerta en su casa del Tossal Gros mientras se deleitaba escuchando Radio Clásica, y también a agasajar a sus incondicionales amigos. Esta semana todavía preparó para ellos un guiso de rapé con cebolla, ajos tiernos y vino blanco, antes de partir hacia Vila-real a ver una película alemana en versión original, La zona de interés. Al llegar, la chica le dijo que internet le había engañado, que no la hacían a esa hora. Quedó en verla otro día. Ese largometraje puede que gane algún Oscar, pero la vida de Paco Mariscal, para sus amigos, también merece un guion cinematográfico y una novela apabullante. Y, sobre todo, un merecido homenaje al hombre generoso y solícito que nos ha dejado de repente el mediodía de ayer en Pamplona.

Añoraremos su vehemencia, su sabiduría enciclopédica, su voz ronca quebrada por sus años de docencia y su escritura pulcra y erudita. Estaremos en deuda con nuestro maestro y amigo.