AL CONTRATAQUE

La Barbie y su novio, Ken

paco Mariscal

Vecinos de La Plana y, por ende, del Riu Sec y el Riu de Millars: En el umbral de nuestros domicilios nos tropezamos la víspera de Reyes con el paraíso perdido, que se encuentra por donde el Museu del Joguet en Almassora. Para los adultos, para quienes disfrutamos de una desabrida vejez cargada de achaques y recuerdos, el perdido paraíso es el de la infancia y la primera juventud; esa etapa de nuestra existencia en que la inocencia, la fe en los Magos de los juguetes o el amor no venían a ser ideales imposibles. Eran realidades ilusionantes que conformaban nuestros pocos años. Quizás lo sigan siendo hoy en día para rapaces y zagalillas de las generaciones tempranas, si todavía no andan encandilados en videojuegos o aparatitos electrónicos.

Y tras la confinación preventiva, la mascarilla y el episodio del cochambroso virus, nos enteramos en estas páginas, mediante la información de David Donaire, de la reapertura del Museu del Joguet, que es tanto como la reapertura del recuerdo del edén perdido que fue la infancia. Y mientras uno observaba de nuevo los juguetes, los ángeles de la inocencia perdida saltaban del 1 al 2, del 2 al 3 y del 3 al 4; ángeles que se deslizan por el recuerdo de forma suave y silenciosa cuando los Reyes están al llegar con sus regalos. Porque los Reyes ilusionantes existen como existe la infancia ilusionada que se pierde. Como la infancia de Rafael Alberti se añora en los versos surrealistas de su inigualable poemario Sobre los ángeles. Entre los varios centenares de juguetes, que la saga de los Arenós en la Almassora vecina consiguió salvar, la mente vuela entre los ángeles buenos, malos, desconocidos, muertos, supervivientes, colegiales, cenicientos o tontos de nuestra niñez.

Fueron ángeles que se salvaron gracias al cuidado, en primer lugar, de Joaquín Arenós Andrés. De eso hace como un siglo. Y el patriarca Joaquín trabajaba en su negocio de ferretería, en las plantaciones familiares de naranjos y, con una especial sensibilidad, en la recogida de juguetes de aquella época de los que el resto del vecindario se olvidaba, los dejaba en el trastero o abandonaba entre deshechos en la basura. El anciano Arenós, flaco y largo como un sarmiento, puso la primera piedra del Museu del Joguet. Se fue para siempre hace ya muchas décadas, pero fue un ciudadano de ética en el trabajo (envió a su prole a Francia a vender naranjas mientras él se ocupaba en el cuidado de naranjos y ferretería). Y esa ética y la sensibilidad para con el juguete las heredó su hijo Joaquín Arenós Beltrán, artífice y padre de ese Museu del Joguet que nos evoca a los ángeles surralistas de nuestra infancia.

100 años de ilusión y fantasía

Porque el discreto aunque importante museo de Almassora viene a ser como cien años de ilusión y fantasía, donde el vecindario de La Plana, del País Valenciano y del resto de las Españas, puede recorrer la vista por los juguetes de ricos y pobres de antaño; por muñecos de cartón, muy masculinos ellos, aunque con la entrepierna lisa y sin atributos viriles; por cocinitas, alacenas y Barbies con tetas, junto a su apuesto novio, Ken; por juegos de mesa infantiles tan adecuados antes para despertar la inteligencia infantil; por los otrora imprescindibles bolos o birles valencianes que llevaban a la destreza en el tiro a los niños, cuando la calle era de ellos y no de los coches; por instrumentos musicales que son juguetes, y que insertaban a los pequeños en una de nuestras mejores tradiciones. En fin, muñecas de toda índole, incluida la que una vecina de Madrid le entregó a Arenós, hace algunos años, con el atuendo tortosino de castellonenca en las fiestas de la Magdalena.

La donación de la madrileña nos trae a colación el hecho de que la tarea conservacionista de la saga de los Arenós motiva otras donaciones del vecindario. Como ustedes, vecinos, motivarán su fantasía si acuden en vísperas de Reyes a la imprescindible visita al museo de Almassora.

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