Más o menos bien

Récord mundial de felicidad, sin sospecharlo

Intuyo que pasarán décadas y todavía alguien dirá: «¿Recuerdas la mascletà de Magdalena por el Centenario del Castellón?»

Mascletà del jueves, en honor al Castellón en su Centenario.

Mascletà del jueves, en honor al Castellón en su Centenario. / Erik Pradas

Enrique Ballester

Enrique Ballester

De vez en cuando, sucede. Un acto casi rutinario se convierte en acontecimiento generacional y extraordinario. Intuyo que pasarán décadas y todavía alguien dirá: «¿Recuerdas la mascletà de Magdalena por el Centenario del Castellón?» Y claro: todo el mundo recordará la mascletà de Magdalena por el Centenario del Castellón, la que se escuchó a kilómetros de distancia, la que agitó el corazón de la ciudad y su extrarradio. Todo el mundo recordará qué estaba haciendo durante el final apoteósico de la mascletà del Centenario. Algunos quizá exageremos un poco el relato. Alguien dirá que estaba en Benicàssim comiendo y le tembló la gelatina, como en Parque Jurásico. No importará cómo adornemos la historia, porque se instalará sin problemas en el imaginario. De vez en cuando, sucede. Entre la verdad y la mentira elige la leyenda.

 Será igual que aquel concierto de Dover en la Magdalena de 1998. Todo Castellón estuvo en aquel concierto de Dover de 1998, o al menos eso contamos. Todo Castellón estuvo también cuando tocaron en el Ricoamor antes de ser famosos, o al menos eso he escuchado. De vez en cuando, sucede. 

Cada año que pasa, aquel concierto es en mi memoria más conciertazo. Lo último que se me ocurriría ahora es buscar alguna grabación en Youtube para comprobarlo. La decepción estaría asegurada, porque nada es comparable a la idealización de la nostalgia. Solo puedes perder. Eso hay que evitarlo.

La noche del mítico concierto de Dover empezó en Castalia. Ese partido tampoco quiero buscarlo, porque permanece perfecto en mi cerebro. Marcó Julián Sanz el 2-0 y nos vinimos tan arriba que subimos a las vallas en la celebración y empezamos a correr y nos salimos del estadio. Ya he contado que a Julián lo llamábamos el violinista, pero no por el virtuosismo de su juego, sino porque corría con el cuello torcido. No nos enteramos de que el partido había acabado 2-1 hasta horas después, y nos dio exactamente igual el dato. Julián era mi ídolo entonces. Siempre fui de ídolos raros.

Victoria del Castellón, gol de Julián, concierto de Dover con los colegas en Magdalena y tener 14 años. Estábamos batiendo el récord mundial en el felizómetro y no lo sabíamos. Ni siquiera lo sospechábamos. 

Suscríbete para seguir leyendo