LA RUEDA

Los peligros del saber

Henri Bouché

Henri Bouché

Leer informa e ilustra al individuo, pero también asusta. Esta tarde del domingo en que escribo estas líneas aprovecho para leer algunos artículos o noticias sobre la inteligencia artificial y estoy hecho un manojo de dudas y supuestas contradicciones. También leo sobre política, aunque entiendo muy poco de ella o de lo que dicen los políticos. Casi todos los programas de estas inminentes elecciones --y de otras ya pasadas-- nos brindan un mínimo o máximo edénico donde viviremos mejor, según dicen.

Muchos parecen estar en posesión de la verdad (y algunos podrán estarlo), aunque leo a la escritora recordándome una frase de Einstein: «El que se cree en la posesión de la verdad acaba desmentido por la carcajada de los dioses». Es posible, aunque no sé si los dioses ríen. Llorar, seguro… si les quedan lágrimas.

También recuerdo la tan manida frase de Sócrates: «Solo sé que no sé nada». ¡Qué perplejidad para la iracunda Jantipa, su esposa, harta, justamente, del callejeo de su marido y de los escasos ingresos que experimentaba su economía familiar.

Pero lo que más me ha afectado es un artículo sobre la tan problemática inteligencia artificial que parece haber renacido, de nuevo, de sus cenizas genuinas, aunque recientes. Es una herramienta que afectará --o ya lo está haciendo-- al saber en general y a las conductas humanas en particular. No será la panacea universal porque, como decía la discutida docta ignorancia de Nicolás de Cusa, no es posible conocer todo lo cognoscible; son los límites del conocimiento. Por eso habrá que poner límites humanos a estos proyectos, ya en marcha, para prever los efectos negativos que puede conllevar. Pero, así es lo que denominamos progreso, sin ánimo de generalizar ni denostar.

El mayor esperminador

Otro sí, leo que un tal Meijer se ha convertido en el mayor esperminador (proveedor de esperma humano) del mundo, que ha producido más de cien niños y niñas por este moderno procedimiento de reproducción con los consiguientes problemas de incestos no deseados o cualquier otra aberración, como ya apuntaba, en otro contexto, el viejo Platón en su República.

Estos, y otros, son los peligros del saber, no menores, por supuesto del no saber.

En mis correrías etnográficas por la provincia estuve presente en una inolvidable conversación entre dos mujeres que salían del lavadero comunitario. Una de ellas contaba a su escuchante historias morbosas y chismorreos del pueblo hasta que esta última le dijo: «Mira, xica, no vull saber res més: ¡vull morir-me i anar al Cel!».

Profesor

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